El día en que decidió
asistir al curso de alfabetización informática, creyó que no le serviría para
nada, y que además, se reirían de ella, sus vecinos, sus hijos y todos los
familiares que había a su alrededor. Hasta creyó que se reiría de ella, su pequeña
nietecita Elena que a sus siete años, sabía manejar el ordenador como una
verdadera maestra.
Un día, que su hijo Eleuterio, llamó por una
videoconferencia, Elena, le había ayudado a encender el ordenador, y a establecer el contacto con la llamada.
Ahora, que el curso
había concluido, se sentía orgullosa de sí misma, y hasta hablaba de ello con
quienes se cruzaban en su portal, en el ascensor… En la cola de la caja, a la
cajera del súper. Se sentía feliz, al principio, no era consciente de la
importancia de aquél curso. Pero conforme había ido pasando el tiempo, y se fue
quedando con la “tecla” fue cobrando importancia en su mente. Hasta se había
hecho una cuenta en una red social de bastante relevancia, donde encontró
amigas de la infancia, amigas que hacía años no sabía nada de ellas. Aunque…
muchas veces no estaba segura de si eso era bueno del todo.
Se sentía muchas
veces, como entrando en casas ajenas sin permiso, y se entretenía mirando las
fotografías que allí, colgaban sus amigas nuevas y sus amigas antiguas. Se
enteraba así, de si hacían alguna celebración a la que no había sido invitada,
y algunas veces se molestaba, pero las más de las veces, se alegraba de ver a
sus amigas felices. Desde que perdió a su marido, siempre se había sentido
sola.
Sabía que continuaba estándolo, pero aquella ventana a la luz de su
monitor, la transportaba a la vida, devolviéndole en parte a la sociedad que
junto a su marido, creía perdida para siempre.
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