Juan
Delgado, había elegido su profesión mucho antes de llegar a adulto, cuando en
el colegio los demás niños, se metían con él al percibir que su complexión y opulencia,
no estaban en concordancia con su apellido.
Decidió
desde tan temprana edad, hacerse nutricionista.
Estaba
dispuesto a hacer la guerra a las grasas corporales.
¡Él
sería “delgado” de cuerpo y de apellido!
Ni
que decir tiene, que Juan Delgado se convirtió en uno de los más exitosos
nutricionistas existentes en el país.
Después
de llevar ejerciendo unos cuantos años, decidió que debía poner fin a la
gordura limitando la ingesta de alimentos, restringiendo en las medidas. Sabía
ya por experiencia que si él ponía en su menú: cien gramos de…
El
paciente lo entendía por: doscientos gramos, y muchas veces, no solo no bajaban
de peso, si no que adquirían nuevas grasas y nuevos kilos, haciéndose presentes
a la hora del peso en la báscula de su consulta.
La
excusa del paciente, era casi siempre la misma:
-Yo
estoy haciendo bien la dieta.
-Peso
los alimentos y pongo lo que usted me manda. Cien gramitos.
Esto
le hizo reflexionar sobre el modo de poner la dieta.
Si
el paciente tendía a pesar de más… Habría que rehacer la lista de ingredientes
permitidos, sobre todo, reduciría las cantidades permitidas. De este modo, los
cien gramos se convirtieron en cincuenta gramos de un único plumazo.
Pasados
unos tres meses de la drástica merma de alimento, Juan Delgado se mostraba
satisfecho. Tenía a los pacientes justo como él deseaba, ahora todos sin
excepción perdía peso a un ritmo correcto y justamente el esperado.
Todo
iba a pedir de boca, hasta el día en que don Perfecto Pascual (que así se
llamaba) decidió entrar en la consulta, dando como resultado en la báscula al
ser pesando unos treinta kilos de más. Se quejaba de dolor en las rodillas y de
no poder moverse como lo hacía antes, cuando se hallaba poseedor de un peso
correcto, sin un más o un menos que añadir al peso perfecto del señor Perfecto.
Juan
Delgado, tras pesar al sujeto, calcular su índice de masa corporal y mantener
la ya repetida charla de concienciación del individuo, entregó la lista de
alimentos mermada en gramos.
Perfecto
Pascual, llegó a su casa y dijo a su esposa: Me ha dicho el doctor que he de
comer lo que dice la lista de alimentos permitidos, en las cantidades
mencionadas.
-Rebeca,
cariño, yo voy a hacer una dieta severa, pues ya sabes cómo son estos
nutricionistas, que hacen una dieta tipo… que adelgaza a la mayoría, pero que
no sabe que a mí me engorda hasta el aire que respiro.
-Que
el endocrino a mí no me conoce… No sabe que yo aunque no coma engordo….
_Si
vas a hacerme tú de comer, cuida de que las cantidades sean la mitad de lo que
en la lista indica.
Pasaron
así los dos meses que el nutricionista le dio de margen para perder peso.
Perfecto
Pascual, se presentó en la consulta extremadamente depauperado y de un color
lívido, ojeroso, y taciturno, sin ánimo, y andando como un alma en pena.
Sorprendido
Juan Delgado, por el aspecto de su paciente, después de enfrentarlo a la
báscula, y quedarse estupefacto al ver la extremada cantidad de kilos que
habían abandonado al señor Perfecto, preguntó muy extrañado:
-¿Ha
hecho usted la dieta tal como le he dicho?
-¡Sí,
señor!
Contestó
don Perfecto trabajosamente, pues el aliento le llegaba a lo justo para hablar
y respirar al mismo tiempo.
-He
hecho la dieta reduciendo a la mitad las cantidades que usted en su lista había
sugerido.
Juan
Delgado movió la cabeza de izquierda a derecha en un gesto de negación.
-¡Pero
hombre!...
-¡Si
yo… Ya las había reducido!
Presuroso,
Juan Delgado, dejó la consulta, tiró su batín blanco, y acompañó al Don
Perfecto al mesón que se encontraba al lado de su consulta, solicitando al
camarero:
-¡Traiga
usted una buena ración de potaje con todos los habíos!
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