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sábado, 28 de noviembre de 2015

Maternidad

El Supremo Hacedor, 

cansado ya de crear, 

decidió transferir su  poder de dar vida aquí, 

en la Tierra.

Pensó  para ello, sin dudar ni un único instante... 

En ellas. 

En las mujeres.

Resolviendo así, igualarlas a Él. 

Concediéndoles ser diosas creadoras de vida. 

Convirtió Dios a las mujeres, 

en el más valioso receptáculo de amor. 

Legándoles para ello... 

Maravilla de las Maravillas. 

El don supremo de la maternidad.


Copyright © 2015 AbuelaTeCuenta All rights reserved  

MicroRelato Finalista y  elegido para formar parte de una selección entre los mejores presentados y formará parte del libro "Ellas"


viernes, 13 de noviembre de 2015

El tendedero vacío

Las pinzas en el tendedero contenían telarañas y estaban oscurecidas por el tiempo de no ser usadas. Este hecho, detonó en mí una alarma interna que hizo saltar a mi corazón dentro del pecho.

Mi paso, hasta entonces lento se fue convirtiendo en una carrera. Solté las maletas que quedaron tendidas al sol, como sustitutas yacentes de la ropa que deberían prender aquellas pinzas.

La puerta de la casa se hallaba abierta y el porche vacío.

Mi corazón volvió a acelerarse cogiendo un ritmo infernal que hizo subir mi temperatura, llenando de sudor las palmas de mis manos, al mismo tiempo, noté como un escalofrío subía por mi columna, hasta alcanzar la base del cuello… 

Apenas podía ya caminar…

¿Dónde estaban mis padres?

¿Por qué no me esperaban fuera de la casa como siempre?

   ¿Eres tú hijo?

La voz de mi madre produjo en mí un ligero alivio.

   ¡Entra, Cariño que estamos en el salón!

La imagen que percibieron mis ojos, lo expresaba todo con mayor  claridad que ninguna explicación.

Mamá estaba frente a un ordenador portátil, cuya pantalla describía un bordado de punto de cruz paso a paso.

Papá intentaba encajar unas piezas que caían cual lenta lluvia en un prado e intentaban bajar del modo exacto para ser acogidas por otras piezas que desde el suelo, esperaban un paternal y encajado abrazo.

   ¡Hola!

Dije tímidamente y en voz baja para no interrumpir nada.
Ya, con mi sobresalto había más que suficiente.

A lo lejos, en la terraza de la cocina, el ruido centrífugo de una secadora, disipó mis dudas sobre el tendedero vacío y absorbido por nidos de araña.

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lunes, 9 de noviembre de 2015

Hola: Está Mafy?



Esta mañana me llamó por teléfono Anita y pidió que se pusiera al teléfono Mafy,

(mi perrita).

Acerqué el teléfono a la oreja de Mafy y Ana le dijo:

-Hola Mafy, te tengo que hacer una pregunta muy importante.

-¿Por qué a los perros os gusta la comida que huele tan mal?

(A Ana no le gusta el olor del pienso para perros)

(A mí tampoco)

Mafy quería contestar, que ella no come pienso,

que come filetitos y pollo cocido con zanahorias...

y algunas veces con un poquito de arroz en sopita.


Pero Mafy, sólo podía escuchar atentamente,

y mover el rabito muy contenta de oír a su compañera de juegos,

y conversaciones en las que Mafy sólo escucha.


Algunas veces interactúa dando un besito,

corriendo tras su juguete favorito, o comiendo un pedacito de galleta.

Suelen jugar a que Mafy es la “niña” y Anita su mamá.

Si pudiera... habría hablado

¡Claro que habría hablado!

Pero después de un rato en silencio, esperando respuesta, Ana le dijo:
-¡Mafy!, ¡haz el favor de contestar!

-¡Abuela, Mafy no me contesta!

-Es que no sabe hablar -le respondí- en defensa de la pobrecita Mafy.

-Pero por lo menos que me diga ¡Guau!

-Dile guau Mafy.

Reñí a mi perrita, que me devolvió a cambio una mirada de pena.

-¡GUAU!

Contesté yo como si fuese Mafy.

-¡Has sido tú abuela, que conozco tu voz!

Respondió Ana ya enfadada.

-¡Mafy, eres una mal educada!


Le regañó Ana a través del teléfono.

-¡Cuando se te hace una pregunta, se contesta!.

Le dijo muy enojada colgando a continuación el teléfono.

Mientras la pobrecita Mafy...

La escuchaba embelesada moviendo su rabito muy atenta,

e interesada en la conversación.

Que malas son las comunicaciones a distancia,

El cuidado extremo que debemos poner para no molestar a nuestro interlocutor,

y hasta los silencios pueden molestar cuando no ves la expresión de quien está al otro extremo del auricular.

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Anita, charlando con Mafy en una de sus largas conversaciones y juegos