Me encontraba esperando a que los peques llamasen a mi puerta.
Había comenzado a oscurecer sobre las siete de la tarde, y aún, no había llamado nadie.
Perdía poco a poco la esperanza de poder gastar los caramelos.
Pasadas las nueve de la noche, llamaron a la puerta y abrí tremendamente esperanzada.
Ante mí se encontraba mi vecina, que necesitaba un poco de harina para rebozar pescado, (de la que se usa en Cádiz que es de grano grueso y deja el pescadito muy crujiente y rico).
Le di la harina, la saludé y cerré la puerta con la ilusión de volver a abrirla de nuevo, muy pronto.
Por fin, sonó otra vez la "puerta", pues... (esta vez no usaban el timbre). Llamaban unos nudillos capaces de producir pequeños golpecitos, casi... casi... inaudibles.
Corrí hacia la puerta para abrirla de par en par.
¡Esta vez sí! Era un grupito de peques. Super graciosos y lindos. Con disfraces ocasionales, hechos con lo primero que habían pillado en sus armarios o en el armario de sus papis.
Ni que decir tiene que me encantó verles y me deleitó su optimismo y gracia.
¡Truco o trato!!!!
Gritaron desacompasados, pero con muchísima gracia, poniendo énfasis de "semi atraco"...
¡Jajajajajajajajajajaj!!!!!
Comenté sus disfracies, demostrándoles a cada uno, el gran susto y terror que producían en mí.
Llené sus bolsillos de caramelitos, nos despedimos y volví a la impaciente espera de llamadas, agazapada tras la puerta.
Poco después llamó otro pequeño grupito de peques, igual de graciosos que los primeros.
Les di caramelos a todos y esperé a los grupos restantes con la bolsa
abierta y aún repleta de caramelos, ansiosos también de cambiar de lugar lo antes posible. (Dos kilos no se gastan así de fácil) pero al
ver que la noche de Halloween llegaba a su fin sin más visitas, decidí bajar al parquecillo que hay delante de mi casa.
Allí
estaban todos los peques correteando. La pequeña placita del parque, bullía de capas vampiras, escobitas de brujas, pinturas zombies, sábanas blancas, de ojos pintadas, y algún que otro rabito de calabaza que giraba sobre sí mismo encima de inquietas cabezas de nenes o nenas.
Llegaban los peques, de vuelta ya del "Truco o Trato" decepcionados porque
nadie abre la puerta de su casa, y al ver mi bolsa de caramelos abierta y
dispuesta a vaciarse, acudieron como las palomitas del parque a las miguitas de
pan y... (Nunca me sentí más feliz que rodeada de tantos y tantos niños). La bolsa
de caramelitos no duró nada abierta y llena.
Pobrecilla... ¿Qué son dos kilos de caramelos
para un montón de niños?...
¡Pues eso!...
¡Nada!!!!
Disfruté muchísimo al ver cómo la bolsa se iba arrugando a medida que se iban gastando los caramelos, a
cambio de caritas felices de todos aquellos pequeñines tan graciosos vestidos de personajes diferentes y con sus preciosas caritas pintadas con la tremenda esperanza de dar muchííísimo miedo...
¡Que bellos y maravillosos son los niños!!!!!
(Este relato, corresponde a la noche de Halloween del año pasado).
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