El
descanso por fin.
Mercedes
Gil (AbuelaTeCuenta)
Hará
cerca de un mes que llegué a la playa. Al anhelado reino de Lop.
Atrás
quedan las visiones, los desfallecimientos, las locuras febriles, el hambre, la
sed y todas las desgracias vividas en la
antigua isla inhóspita y yerma.
En
las primeras incursiones por mi reino, he ido recolectando semillas salvajes,
no por ello menos comestibles y deliciosas que las cultivadas industrialmente.
He desbrozado una pequeña parte de bosque para convertirla en huerto,
intentando disimular lo más posible el cultivo intencionado para protegerme y
disimular mi presencia. Ya han comenzado a brotar los primeros frutos, algo de
grano (que aún está corto y verde) pero promete premiarme con buena sopa de
trigo. Comienzan a brotar también las acelgas y algunas bayas. Desconocía de mí
esta faceta y el gran valor de mis escasos conocimientos vegetales. Lo peor es,
tras la identificación y la primera cata, a la que llamo “la prueba del pánico”.
Gracias
a la estabilidad y el sosiego conseguido, dedico más tiempo a disertaciones con
mi yo interlocutor que cada vez se hace más ágil y más experto en mí que yo
mismo, así que mantenemos verdaderas discusiones sobre los temas más diversos y
más versados. Este diálogo conmigo mismo, mantiene activo mi lenguaje, rememora mis conocimientos y me acerca a veces
a mis recuerdos.
Pienso
en mi vida pasada. Sí, pienso y dedicamos muchas horas a esa parte de mi vida.
También discurrimos sobre mi posible rescate, y hacemos planes de huída y
defensa en caso necesario. Muchas veces recordamos, aunque otras… quizá debería
decir “soñamos”.
Pienso,
sí, pienso en mi vida pasada, en mi amada, en la civilización… Procuro no
pensar… Debo mirar hacia delante. Pensar en lo perdido desestabiliza y hace perder
el deseo de sobrevivir. Debo mantener mi cuerpo y mi mente alejados de
pensamientos nocivos, manteniéndome ocupado. Ocupar el cuerpo para cansarlo con
trabajos continuos y ocupar la mente en la consecución y perfeccionamiento de dicho
trabajo.
He
logrado gracias a este nuevo método de ocupación plena lo que tanto deseaba
cuando la civilización circundaba mi existencia. Vivienda en la playa. En la
atalaya, a modo de castillo, un refugio desde dónde otear el horizonte en busca
de algún barco. Les he construido mimetizados con el terreno por si tuviese que
utilizarlos como escondite en alguna desafortunada ocasión. He resuelto en lo posible
una emergencia de defensa con la construcción de trampas en la periferia de mis
refugios. Me he fabricado un arco y flechas con las que cada vez soy más
diestro.
No
he visto por aquí ningún depredador que inquiete mi integridad física, pero aún
así, estoy muy atento a las huellas y a su identificación, así como procuro
borrar las mías.
De
momento, Eva permanece escondida, perfeccionada y reparada de los horribles
daños sufridos en el viaje, pero dispuesta para la huída si ello fuese
necesario.
Esta
mañana amanecí espantado. Me ha parecido escuchar voces en la lejanía.
Voces
incomprensibles para mí.
Corrí
a mi castillo a otear el horizonte.
Me
ha parecido ver restos de huellas en la arena.
Me
he cubierto de pánico.
— ¡Dios,
no me abandones! –
— ¡Que
no deba combatir! –
— ¡Soy
un ser de paz Señor! –
Mi yo interlocutor, salió en mi defensa para tranquilizarme
diciéndome:
— Pueden
haber sido fruto de tu imaginación –
— No
te preocupes. –
— Aquí
no hay nadie –
— Las
huellas pueden ser de algún plantígrado que haya bajado a la playa. –
Me esconderé en mi refugio.
Necesito pensar y tranquilizarme…
Debo camuflar el huerto…
Un precioso dibujo que encontré en internet
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