Con todo el amor de madre y esposa, preparó la cena de Navidad y colocó la mesa con el mayor de los esmeros.
Cuatro platos, cuatro copas, cuatro cubiertos… sin obviar los adornos navideños que tanto gustaban a Rosa, su rosita preciosa a la que llevaba más de cuatro meses sin poder besar; sin poder desearle buenas noches, y arroparla, haciendo de éste, un momento para departir sobre cómo se habían dado sus pequeños acontecimientos de sus día a día.
Rosita había desaparecido sin dejar rastro el mismo día en que cumplió los dieciocho años tras la fiesta, a la que acudieron además de ella, todos sus amigos.
El último recuerdo de la madre quedó grabado a fuego en su mente en un lugar privilegiado, del que jamás podría desaparecer.
Consistía tan importante recuerdo en una simple imagen de su hija, cuando tras haberle dado un beso y decirle:
“No vuelvas tarde mi niña”
Ella, su Rosa, su niñita del alma, le dedicó una complacida, aunque enigmática sonrisa, en la que aún dejando a la vista sus hermosos dientes, no implicaba el gesto a sus ojos, y Beatriz conocía muy bien a su pequeña; conocía como nadie sus sonrisas “verdaderas”.
No le gustó el gesto, aunque...Ni por un instante, podría pensar en que no volvería a verla.
Comenzaron las apariciones en televisión, en la radio, los carteles pegados en farolas, reproducción de su figura en desesperados llamamientos en redes sociales…
Las discusiones en casa.
“¡Tú eres la culpable, tú que la consientes todo!”
“¡Tú, que le has dado alas y la has dejado salir con quienes no le convenían!”
Reproches que siempre hacían referencia a ella, su madre, a los amigos, al entorno externo a la casa familiar…
Su esposo, jamás caía en la auto culpa, o en pensar que la represión muchas veces da lugar a la evasión, al desespero o a la "desaparición".
Beatriz tampoco se paraba a pensar en nada más que en el recuerdo de su niña, en su sonrisa, en que quizá hubiese un posible posible mensaje implícito en su último gesto…
*
El repetitivo pensamiento le hizo cambiar su último mensaje televisado. No lo dirigió al público como hizo con los anteriores, si no que... Lo personalizó en su hija:
“Rosita, mi querida niñita… Entenderé que no desees regresar. Dime únicamente, que en donde estás, te encuentras a gusto y bien”
Se sentaron a la mesa sin deseo, sin ganas de celebración, todos, menos Beatriz en quien la ilusión se había renovado, en ese día y en esa mesa. Los miembros restantes de la unidad familiar no comprendían el extraordinario cambio de actitud de mamá.
—¿Qué ocurre mamá, sabes algo que no sepamos?—preguntó Manuel, su hijo mayor y, Beatriz contestó con la misma sonrisa que recordaba impresa en su última imagen de la cara de su Rosita.
Tras la cena, la sonrisa enigmática, se había borrado del rostro de la madre, había regresado el que desde hacía cuatro meses, era todo un rictus de tristeza…
En el salón de su casa únicamente reinaba el silencio que a las doce en punto, fue transgredido por una estridente llamada telefónica con un número desconocido, de esos que nadie en casa contestaba. Beatriz corrió a recibir la llamada y, justo antes de contestar, regresó a su cara la sonrisa, y la esperanza.
—¡Estoy bien mamá! Y... Me siento a gusto donde estoy.
Fue la única frase que reprodujo el teléfono en aquella llamada.
©Mercedes Del Pilar Gil
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