Entró en pánico.
Por nada del
mundo daría ni un solo paso hacia atrás, estaba decidido.
Nada ni nadie le
haría retroceder...
Paró su respiración y se agazapó en un espacio del pasillo
contenido entre dos puertas.
Lo dejaba bien claro en su carta.
Se iba para no regresar.
Una nueva llamada hizo palpitar
su corazón aún con más fuerza. Su frente se cubrió de sudor frío y su
respiración se entrecortó. Enseguida se dio cuenta de que todos esos síntomas
precederían a un duro ataque de ansiedad.
Una voz la sacó de aquel
angustioso estado
-
¡Sofía!
-
¿Estás ahí Sofía?
-
¡Sofía, abre, soy yo, cariño!
Se trataba de la única voz que
quizá le haría desistir…
Dudó y por un momento…
Retrajo su
cuerpo sobre sí mismo, a la vez que un estridente llanto la derrumbó haciéndole
probar el helado suelo de aquel helado pasillo vacío.
-
¡Ma má! Gritó con voz entrecortada por el
llanto.
Sin soltar la maleta, se arrastró
como pudo a abrir la puerta.
La madre tendió los brazos hacia
ella y permanecieron abrazadas en silencio durante un largo rato.
Con toda dulzura la madre, retiró
la cabeza de Sofía de su hombro. La contempló unos instantes y enseguida su
mente formó una fiel idea del por qué su hija abrió la puerta aferrada a
aquella raída maleta mal cerrada.
El rostro de Sofía reflejaba la
noche en vela, los golpes, las hinchazones de ojos enrojecidos, los húmedos y
repetidos surcos en su cara hablaban sin dudar de todo lo ocurrido.
Sofía hizo ademán entre sollozo y
sollozo de querer hablar pero no pudo.
Las palabras huyeron de su boca para
dejar paso únicamente al llanto.
La madre, llena de dolor, tapó la
boca de Sofía con un dedo.
- No digas nada. Mamá lo sabe…
-
No estás sola mi niña, mamá está aquí y si hace
falta…
Mamá…
Huirá contigo.
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