Este San Valentín, no iba a fallar, sería el
mejor de todos los catorce de febrero que habían pasado juntos.
La mesa estaba preparada hasta el último
detalle con todo lo que a ella le gustaba. Dos hermosas velas rojas en forma de corazón lucían en el centro unidas por un lazo dorado en
representación de su férreo amor infinito, que dejaría consumir durante la
cena, en representación de su amor, hasta el último aliento de vida.
Dos globos rojos, se alzaban en busca del
cielo desde el respaldo de una silla. Había doblado las servilletas rojas formando
un corazón y las había colocado sobre un liso plato negro, buscando sublimar
el color del amor.
Subido a una silla contempló la mesa desde
arriba para cerciorarse de que no faltaba ningún detalle y únicamente movió una
copa que creía, había quedado ligeramente desplazada hacia la derecha.
Soñaba con su aliento convertido en cálidos
susurros deleitando sus sentidos a través de los oídos. Soñaba con sus manos
recorriendo su espalda entre alientos y suspiros. Soñaba con el cruce
de miradas para unirse en silencios compartidos. Soñaba, sí, soñaba… Soñaba con
rozarla, con sentirla, acariciarla, con tenerla aquella noche para sí eternamente.
Qué poco quedaba ya para aquella cita
completa y repleta de amor compartido.
Miró el reloj. ¡Las ocho!
Sus pulsos se aceleraron, su corazón se volvió
loco. Las manos se salieron de control, temblaban de ansiedad a una velocidad
inmanejable.
Salió corriendo hacia la habitación contigua
y arrastró una pesada silla rodeada de cinta adhesiva. Una melena negra caía pesadamente
por su respaldo. La inclinación, dejaba ver parte de un rostro de mujer surcado
por ríos negros de maquillaje corrido.
¿Ves lo mucho que te amo? Susurró mostrándole
la mesa.
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Tus comentarios son muy valiosos para mí Gracias
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