Pensaba
subir a pie, llegaba de la piscina y debería continuar los ejercicios, si en
realidad deseaba llegar a ponerme en bikini este año.
Pocos
días antes, me resultaría imposible alcanzar el décimo piso escalera a
escalera. La natación me estaba proporcionando energía y agilidad, además de
resistencia, y comenzaba a notarse mi cintura. Esa pequeñez, me hacía recuperar
la autoestima, me sentía ilusionada, quizá llegase a ver de nuevo mi vello
púbico sin tener que ponerme frente al espejo, con un simple mirar hacia abajo…
No
había nadie en el portal, a excepción de él.
Me miró
de arriba abajo.
Le miré…
Haciendo
caso a un leve gesto, entré al ascensor.
Mi
mente comenzó a soñar…
¡Qué
tío tan fornido, qué pinta de atleta qué cara más bella! Pensaba casi en voz alta, mientras le contemplaba con toda atención y deseo.
Nos
posicionamos uno frente al otro…
Me
miraba incesantemente, se acercó a mí…
Abrió
la boca con intención de hablar y, la acercó a mi oreja…
Me derretí…
¡Qué calor, Señor!
—Señora,
¿Podría ayudarme?
Permití que el tirante de mi camiseta se deslizase hacia abajo para que notase mi buena predisposición… Pensé entonces... "¿Se
le habrá atascado la cremallera. Le habría ocurrido algún percance
parecido?"…
¡Estaba
dispuesta a ayudarle!
—¿En
qué te ayudo, Cielo?
Le contesté.
—¡He
dejado la máquina del bar a punto!
---¿Podría
usted prestarme diez euros?
—¿Diez
euros?
Aproveché
la llegada del ascensor al décimo piso para bajarme apresurada.
No sin antes
despedirme de él como se merecía.
—¡Estúpido ludópata!!!!
#AbuelaTeCuenta