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miércoles, 3 de agosto de 2016

Ojú! Qué susto!

Nada más abrir la puerta, noté un extraño tufo.

Llegué de mis vacaciones cansado y deprimido, como se llega al final de algo que se acaba, al final de algo inmensamente bueno.

Intenté seguir el olor como lo haría un experto sabueso, aunque la verdad, estaba difícil. La casa había estado un mes cerrada a cal y canto y la pestilencia inundaba cada rincón con igual intensidad.

Decidí entrar en la cocina, quizá se me habían olvidado restos de desperdicios en el cubo de la basura…

No, la cocina olía igual que el hall de entrada.

Entré en el dormitorio y… Tampoco. No provenía de allí la pestilencia.

La salita de estar…. El salón….

Me quedaba únicamente la terraza… ¡No! De ahí no procedía el olor.

No podía aguantar las ganas de micción y corrí hacia el cuarto de baño.

Encendí la luz.

¡No podía creer lo que estaba viendo!

Un extrañísimo árbol o planta brotaba del centro de la taza del wáter, levantando por sí misma la tapa para abrirse paso hacia el exterior. Una planta sin apenas color pero cargada de frutos de nauseabunda fetidez… 

(Del susto, me oriné encima)

Recordé entonces lo ocurrido hacía un mes…

Recuerdo que entré al cuarto de baño… 

¡Una urgencia!

Llevaba en la mano una fruta que comí mientras daba rienda suelta a mi acuciante necesidad…

Recuerdo haber terminado la fruta y tirar al wc su hueso.

¡Jamás hubiese pensado que se pudiera mezclar el ADN de un desecho corporal, con un ADN frutal!

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