Los días de castigo se hacían interminables
El libro de naturales abierto sobre la mesa de escritorio, convenientemente
preparado para cuando entre papá o mamá.
Tras cinco minutos contemplando el libro,
ocurría la infinita maravilla de lo inesperado… Un inmenso universo paralelo, penetraba
en mi pequeña habitación a través de mi exigua ventana, para transportarme en sus brazos a través de mundos infinitamente
distantes e infinitamente desconocidos, habitados por diversos y extraños seres
capaces de vivir en una plácida, inigualable armonía.
Al poco, me veía flotando
en un camino formado de estrellas, nebulosas, y diminutos cuerpos celestes
ascendentes.
El libro permanecía sobre la mesa como una
huella terrible e imperecedera de mi castigo, le veía cada vez desde más lejos
hasta haberse convertido en un punto microscópico incapaz de ser diferenciado
de los demás puntitos estelares.
Mi mirada seguía fija en el puntito, mientras
me alejaba flotando. Soportaban el peso de mis pies, dulces y hermosas flores
aladas que iban desprendiendo sus deleitosos aromas frutales conocidos por mí como
mandarina, manzana o pomelo.
Me llevaron como tele-transportado, hasta un
jardín donde las mariposas se comportaban exactamente igual que aquí las
flores, prendidas de sus tallos libres de espinas, aleteando sus alas al
viento para hacer desprender su jugoso y brillante polen, más allá pude ver
flores abejas preciosas con relucientes rayitas doradas libres también de
aguijones. Las flores que me habían traído, tras depositarme en el suelo,
volaron a libar ávidas de aquél zumo dulzón que producían las flores abejas.
Me sentía maravillado de ver aquel
espectáculo maravilloso y único, cuando apareció un bello conejo alado persiguiendo a un águila corredora que asustada se guareció bajo el suelo en una especie de
abrigada madriguera.
Disgustado el conejo, se posó a mi lado
entristecido.
-Yo sólo quería jugar-
Musitó un tanto compungido dirigiéndose a mí.
-Hace varios días que no salgo y necesito
volar y correr para estirar mis alas y aliviar mi mente de tanta retención y
estudio-
-¿Qué te ha pasado conejito? –
Pregunté lleno de curiosidad.
-¡Aliconejo! -
Me corrigió.
-Suspendí el examen de matemáticas-
Contestó describiendo en su mirada una aguda
tristeza que enturbió también su hasta entonces media sonrisa.
Dediqué a aquella absoluta belleza alada la
más comprensiva de todas mis miradas.
-¿Tú has suspendido alguna vez? –
Asentí moviendo mi cabeza de arriba hacia
abajo. Yo también entonces… mostré mi rostro más entristecido.
-Sí, conejito. ¡Perdón! Aliconejo. Sí que he
suspendido, y estoy castigado en mi cuarto hasta que me sepa todas las
lecciones que entraban en el examen. –
-Te ayudaré –
Repuso muy dispuesto el conejo alado.
-Aquí es todo naturaleza, así que te la iré
mostrando y seguro que aprobarás tu examen de Naturales. –
Miré a mi alrededor y no me quedó más remedio
que olvidar mi cara triste para convertirla en una sonrisa abierta aunque un
poco pasmada.
-Tienes razón amigo aliconejo… pero esta
naturaleza es tan diferente… No sé si serviría para mi examen. –
Entendí su gesto un poco molesto, así que le
dije:
-Amigo, agradezco tu ayuda, seguro que
aprobaré gracias a tus enseñanzas. –
Señaló con su preciosa alita blanca una
bandada de margaritas que se acercaban cantarinas y dicharacheras formando un murmullo un tanto estruendoso.
-Estas son besimargas y son las más cariñosas
de nuestras flores. –
Una besimarga se acercó, tocó mi mejilla con
sus labios y musitó muy cariñosa en mi oído:
-Vente a cenar, mi chiquitín. –
Abrí los ojos. Mamá había abierto la puerta.
Se oían voces que llegaban de la cocina. Acariciándome preguntó con cara pícara
y sonriente.
-¿Has estudiado mucho? –
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