He de reconocer que de vez en cuando la vida
nos besa en la boca, y de esos escasos y maravillosos momentos recopilados en nuestra
memoria, vamos viviendo para compensar los tiempos aciagos (por desgracia, más abundantes en
número y en el espacio tiempo).
Me gustaría hacer mención de algunos besos que hasta ahora la vida me ha ido regalando, para hacer con ellos unas cuentas
de rosario que ir pasando una a una cada
vez que deba apoyarme y reconfortar mi ánimo en ellas.
Para esos momentos bajos:
La primera de las cuentas, corresponderá a
mis amados hijos.
Los más bellos y dulces de todos los ángeles y los más
valiosos de todos mis tesoros.
Cuando les veo en mis recuerdos, no les veo como
son ahora, hombres grandes y perfectos padres. Les veo como eran de chiquitines y disfrutaba de ellos, de su presencia, a todas horas del día.
Antes, de que comenzaran el colegio (que es la
primera de las separaciones que sufrimos las madres de nuestros pequeños).
Les veo tal como eran entonces, rubios, con
sus cabellos dorados, llenos de alegría y ganas de descubrimiento. Cuando
todo para ellos resultaba nuevo.
El vuelo de una mariposa.
Una hormiga recorriendo la acera, en
busca de su hormiguero.
Las preciosas telas de araña…
La luna, en sus múltiples fases...
Cuando desde que amanecían hasta que mis niños se iban
a dormir, todo era un juego dentro de mi casa.
El juego de vestirse, el juego de desayunar, que resultaba estar lleno de aviones,
trenecitos, coches, barcos… con sus correspondientes hangares, parkings, túneles,
atraques…
Los juegos de cuentos y canciones…
Y el más importante, el juego del baño antes
de dormir.
¡Qué bien lo pasábamos!
Sus pequeñas heriditas dibujadas con “mercromina”
roja, siempre locos por hacerse una nueva para que mamá usase el
cuentagotas como un pincel y les pusiera un nuevo bichito en una pierna o en el
dorso de la mano.
Qué bello vernos disfrutar rebozados de arena
igual que una croqueta gigante dispuesta a ser metida en la sartén que era el
agua de la playa para bañarnos después bien cogidos de mi mano.
Los castillos de
arena en la orilla.
Los viajes cantando las canciones pitufas.
¡Mis niños!
Mi delicia...
La más bella de mis cuentas.
Mi esposo, mi felicidad continuada a su lado
y al que debo todo, con el que comparto la alegría y el amor hacia la
primera de las cuentas relatadas.
Recordar con él la llegada del amor, la
locura, el deseo, la pasión y el sentimiento único de dejar de ser niña para convertirme en mujer.
Mis nietos, que ahora forman la más
grandiosa de las cuentas de ese rosario con el que dar gracias.
Este cariño nuevo y renovado, el descubrir
que los hijos de tus hijos llenan el vacío dejado y devuelven la alegría a una
casa que se había quedado ajada, vacía y silenciosa. Ahora, vuelve a llenarse
de griterío infantil, de juegos, de juguetes esparcidos por el suelo, y todo
resulta renovado por su fresca belleza y
regocijo.
Terminará el rosario con un Gracias vida por
todos esos deliciosos besos en la boca con los que has decidido premiarme.
Aunque el primero y el más importante, ha
sido mi mamá.
El ser más maravilloso que habitó la Tierra
fue elegida para ser mi madre, de ella aprendí a amar a todos los niños y ver
en ellos la grandiosidad que cada uno encierra dentro de sí, de saber que cada niño es un tesoro al que amar y hacer feliz.
Mamá, gracias por todo lo que de ti me has dado, porque todo lo de ti heredado ha sido “tan bueno”…
¡Gracias Vida por tan extraordinarios besos recibidos de tan inmenso amor!
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