Nadie
recuerda ya el principio de todo; nadie es capaz de abarcar con recursos
propios de su memoria la fecha concreta, el lugar, o el medio en que comenzó a
morir el Planeta Tierra.
Hay
quien piensa que lo mató la especulación; el afán de riqueza del género humano…
Otros, que ha sido fruto de las guerras, introduciendo como principio el
veintiocho de julio de mil novecientos catorce. Estos pensadores, amplían el
comienzo del fin, hasta el seis de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco,
con el lanzamiento de la primera bomba atómica.
Otros,
pensamos que el fin comienza antes, cuando Charles GoodYear consiguió modificar
las propiedades de la goma natural consiguiendo que el caucho se mantuviese
seco y flexible a cualquier temperatura. Después Alexander Parquers en el mil
ochocientos cuarenta y cinco cuando logró sintetizar la parkesina; o después
cuando se dio la bienvenida al celuloide, quien dio paso a distintas investigaciones con distintos polímeros, hasta llegar a la
era del plástico; más o menos en los años setenta hasta nuestros días, en que
se resuelven caros problemas con caros productos, para ser sustituidos por la rara asequibilidad del material plástico.
Hoy,
el plástico lo invade todo, las tierras cultivables, los más inasequibles
lugares de los más apartados mares, para acabar introduciéndose en el interior de los intestinos... los vientres hambrientos de todos los animales que
habitan la Tierra, negandoles la vida a ellos, y como consecuencia insalvable, la vida a los seres humanos.
Se
le ha echado la culpa a la desforestación, por la que no se ha hecho por remediarla,
absolutamente nada, si no que se ha echado "más leña al fuego" a cada verano de
especulación maderera, consintiendo la propagación de incendios tales, que ni las nuevas técnicas, ni una arreciada lluvia, han sido capaces de apagar, porque el dinero llama al fuego desde los más diversos frentes, para que invertir el poder de las llamas, se haga cada vez, más imposible.
Y…
aquí estamos los últimos supervivientes, intentando la evacuación hacia las
cúpulas de metacrilato contenedoras de oxígeno dispuestas en el planeta Marte, que pretenden acogernos en permanente exilio, sobre su árida arena roja.
Han
salido ya varias naves, pero la realidad, es que no cabremos todos… Yo sé que no cabremos, y que la
prioridad para el viaje sin retorno, ha de ser siempre para la juventud con esperanza reproductora, desprovista de taras, con fuerte esperanza de supervivencia, y carácter apaciblemente adaptativo.
A
mí, a las puertas de la nave, únicamente me quedará rezar por la salud de sus
ocupantes, porque lleguen a ese nuevo lugar de vida y esperanza, en perfecto estado de salud, con
garantía de perpetuación y supervivencia.
De
rodillas ruego a Dios por los hijos y nietos, y porque... el hambre, continúe
siendo benevolente con la desesperación y las escrupulosas náuseas que produce el introducir en la boca, los restos desmembrados de los cuerpos de los muertos.