Hacía ya
veinte minutos que el reloj de la plaza mayor había dado las cuatro de la
tarde, mi estómago no paraba de retorcerse buscando en sus propios jugos algo
que digerir. Tengo un estómago muy activo, le gusta digerir y formar bolo
con frecuencia, aunque nunca he comprendido para qué.
Para qué sirve tanto
trabajo vano, tanto movimiento para triturar lo triturado, para remover lo ya
removido, para separar lo que he bebido de lo que he comido…
¡Para terminar
expulsándolo todo!
Para volver a pedir alimento y volver a comenzar el mismo
proceso.
¡Yo pienso que esto es vicio!
Es vicio
estomacal.
Comencé a
caminar hacia una bocadillería.
Estaba
cansada.
¡Que esa es otra!
¡Los
caprichos del susodicho!
¡Si no le
doy de comer me castiga con cansancio y mareo!
Así que he
de darle "madera" para entretenerle o para que trabaje, (si es que quiero no desmayarme)
“Bocadillería
la hartulenta” se llamaba el establecimiento.
Señalé un
bocadillo de jamón y queso muy apetitoso (ya que he de darle alimento, al menos
que sea de mi gusto y disfrute con sus mordidas y posterior masticado)
Asomaba del
pan una larga lengua de jamón en la que se montaba como a caballo una lonsha de queso.
La
dependienta me lo envolvió introduciéndolo en una bolsa de papel, muy rápida y
diligente.
Nada más salir de la bocadillería, me senté en
un banco de la Plaza Mayor y casi tan rápida como la dependienta, lo envolvió, desenvolví mi
bocadillo.
Comprendí enseguida
las prisas de la dependienta.
El único
jamón que contenía el bocadillo era el que mostraba en forma de lengua, permaneciendo
el pan vacío de todo rastro de jamón o de cualquier otra sustancia que no fuese el propio pan. (No hubiera venido mal un poco de tomate o de aceite).
El queso que asomaba, era
también el único queso que contenía el bocata, el grosor de ambos productos, era menor que
el del folio en el que ahora estoy escribiendo.
El dilema
que me surge ahora es que si se trataba de:
¿Un engaño
para mí?
¿O un engaño para mi estómago?
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