Mi
cacao con leche esperaba humeante sobre la mesa de la cocina y mamá presurosa
me animaba a darme prisa.
-¡Péinate!
-¡Ponte
bien los zapatos!
Miré
a mis pies, y les vi más extraños que otras veces, las puntas de mis zapatos, se
desviaban hacia los lados externos. Junté mis pies, y… en vez de unirse,
parecían repelerse y querer distanciarse por las punteras. las puntas de los
zapatos, se alejaban la una de la otra, mientas los talones, permanecían como siempre,
juntos y unidos.
¡Qué
extraño!
Pensé…
¿Se
habrían enfadado mis zapatos, e intentaban apartarse el uno del otro?
Les
observé perpleja sin saber qué les podría haber pasado.
Mamá
me sacó del ensimismamiento, y también de mis dudas en un instante.
-¡Ana!
-¡Tienes
los zapatos del revés!
-¡Pon
bien los zapatos, Ana!
Ordenó
mamá.
Me
alegré de que no les ocurriese nada malo a mis zapatos, no me gustaría… ¡Nada!
Que se hubiesen enfadado.
Les
regañé por traviesos y cambiarse de pie, aunque enseguida les dije:
-¡No
pasa nada! Sé que no lo volveréis a hacer. No quiero veros tristes ¿Vale?
Les
perdoné.
Me
gusta verles contentos, saltando y corriendo conmigo y también, haciendo
resbalones por el pasillo de casa.
Aunque…
Recuerdo el primer día que me los puse, no se portaron demasiado bien conmigo,
pues me hicieron unas rozaduras muy incómodas y dolorosas en los talones.
Mamá
me colocó unas tiritas. Dos en cada pie para proteger mi piel del roce con el
zapato.
-¡Ana!
Gritó
mamá desde la cocina, con ese grito que conozco tan bien y que quiere decir
exactamente esto:
“Me
estás hartando Ana, y como grite otra vez… “
Decidí,
tras la advertencia, darme toda la prisa posible y hasta la imposible, también.
Me
cambié de pie los zapatos en un “pis, pas” y esta vez, vi cómo volvían a unirse
en las puntas y cómo volvían a ser amigos. Corrí hacia la cocina a disfrutar de
mi leche con cacao que tanto me gusta y que ya había dejado de humear. Se hallaba
a esa temperatura calentita, pero no “quemona”.
Ese
es el punto de calor que me gusta. ¡Caliente y sin quemar! ¡Bien!
-¡Ana,
no te manches, pon atención a lo que estás haciendo!
Como
siempre, mamá interrumpió mis pensamientos que se encontraban perdidos en el
aire, mientras miraba el tapete de la mesa que había puesto hoy mamá y en el
que había dibujada una niña caminando hacia una montaña nevada. Le acompañaba,
un lémur de cola anillada al que había subido a su hombro, para que no se
cansara. La montaña, estaba tan lejos…
Qué
bonito dibujo, siempre que mamá lo extiende en la mesa, pienso que soy yo quien
tiene la suerte de ser la amiga preferida de un lémur cola anillada.
-¡Vamos
Ana, que ya es tarde!
Corrí
a recoger mi mochila del colegio y entonces, me di cuenta de que había dejado
sobre mi cama, el libro de Naturales. Volví a correr hacia mi habitación, cogí
el libro y lo llevé en mi mano hasta llegar al coche de mamá.
-¡Abróchate
el cinturón Ana!
Ordenó
mamá.
-¡Ya
lo he abrochado mamá!
-¿Sabes
Ana? Mañana llega la primavera.
Qué
extraño, esta misma mañana, he vuelto a leer mi lección de Naturales y… la
señorita ayer, nos habló de que hoy, es el último día de otoño y que mañana
llega el invierno…
Creo
que mi mamá (aunque es muy lista) no sabe que mañana lo que llega es el
invierno.
-¡Mamá!
-¿Dime
Ana?
Casi
no me atreví a decir nada…
-¡Mamá!
-Te
escucho Ana, dime.
-¿Estás
segura de que llega la primavera mañana?
-¡Pues
claro!
-¡Mañana
iremos a la estación a buscarla!
Me
quedé callada.
Miré
por la ventanilla en busca de flores, en los jardines por los que pasábamos.
Nos
paramos en un semáforo que se había puesto en color rojo, y cuando un semáforo
se pone en rojo, hay que parar y esperar a que se vuelva a poner de color verde.
Yo
siempre aviso a mamá:
-¡Ya!
Mamá, ¡Verde!
Pero
esta vez, no le dije nada, busqué con la mirada en la rotonda, que tenía
delante de mis ojos por ver si había florecido alguna flor entre las hierbas…
No encontré ninguna.
-¡No
me has avisado, Ana!
-¿Qué
le ocurre a mi niña?
Preguntó
mamá
-¡No
hay flores! Mamá.
Contesté.
-No
pasa nada, cariño. Ya las habrá.
Volví
la cabeza y vislumbré una larga fila de árboles calvos, sin un único pelo-hoja
con el que guarecerse del frío helado que había convertido en escarcha al
rocío.
Pensé
en las ganas que tenía de pisar escarcha y escuchar su ¡CRAS! ¡CRAS! ¡CRAS! Bajo mis zapatos.
Entonces…
me invadió otro pensamiento, referente a mis zapatos, pensé en lo felices que
se pondrían de poder pisar saltando, y más aún después de haberles reñido esta
mañana cuando jugando, se cambiaron de pie.
Enseguida
me di cuenta de que se me había ido el pensamiento de lo importante.
Lo
importante esta mañana es encontrar a la primavera.
¡No la veo!
¡No soy capaz de ver, nada de primavera!
-¡Buenos días niñas!
-¿Venís despejaditas hoy?
-¿Alguien ha estudiado el tema que toca?
Preguntó la señorita Rosalía y… Todas las niñas levantaron la mano.
-Ana, ¿Tú no has estudiado?
-Sí, señorita. He estudiado la lección que tú dijiste.
-¿Entonces?... ¿Por qué no has levantado la mano como tus compañeras?
-Porque la lección que estudié es la del INVIERNO.
-Muy bien Ana.
-Como todos y todas sabemos, hoy es el último día de otoño, y mañana comienza el invierno.
-¡No, señorita! Mañana viene la PRIMAVERA.
-¡Me lo ha dicho mi mamá!
-No cariño, mañana llega el invierno.
-Como ya hemos hablado ayer, el otoño comienza el día veintiuno de septiembre hasta el día veintiuno de diciembre.
-¿Qué día es hoy?
Preguntó la señorita
-¡Veinte de diciembre! Señorita.
-También hemos estudiado que: El invierno, comienza el día veintiuno de diciembre y durará hasta el día veintiuno de marzo.
-Entonces, y según lo que hemos estudiado.
-¿Qué estación comienza mañana?
-¡El invierno! Señorita.
Contestaron todas mis compañeras.
Mi voz, entre las voces de todas ellas, gritó…
-¡La PRIMAVERA!
-Ana, la primavera no llegará hasta el día veintiuno de marzo y terminará el día veintiuno de junio.
-¡Mañana, comienza el invierno!
No podía contradecir más a la señorita Rosalía, pues en esta última frase, noté que estaba perdiendo la paciencia conmigo y que tenía próximo un castigo si continuaba discutiendo con ella.
A mí me gusta mucho ir al recreo.
Me gusta jugar. Y a mis zapatos también les gusta. Seguro que ellos tienen tantas ganas como yo de salir a saltar y correr y hacer las coreografías inventadas que solemos hacer en el patio.
¡Lloré!
¡Lloré muchísimo!
No estaba muy segura de por qué lloraba, pero tenía que llorar.
No podía decirle más veces a la señorita, que estaba equivocada.
No podía decirle que mi mamá lo sabía todo. Que ella siempre se sabe las lecciones de mi libro, sin tener que leerlo…
¿¡Cómo no va a saber que mañana es primavera!?
¡Si fuese invierno mi mamá lo sabría!
La señorita Rosalía me llevó junto a María, otra señorita, y María me llevó junto a la directora del colegio, que es muy seria y da mucho miedo.
Cuando hacemos travesuras en la clase, la señorita Rosalía, siempre nos dice: ¡Os voy a llevar con la directora! Y… siempre nos asusta muchísimo.
Cuando dejé de llorar, Maribel, (la directora), que resultó no ser tan mala, y me regaló un caramelo y un bombón de tres chocolates. Me preguntó:
-¿Qué te ha pasado Ana?
-Pues que la señorita Rosalía, dice que mañana comienza el invierno.
-¿Y no es así?
-¡Mañana comienza la Primavera!
-¡Me lo ha dicho mi mamá!
-Puede que tu mamá se haya confundido y haya dicho primavera, cuando quería decir invierno…
-¿No crees que pudo haber ocurrido algo así?
Me quedé pensativa… Podría ser que… Después de todo, no había ninguna flor… En ninguno de los jardines…
Hacía mucho frio, y yo salí de casa con un abrigo, unos guantes y un gorro…
-¡Seguro que mamá se confundió!
-¡Eso ha pasado!
-¡Sí!
-Quiso decir invierno y ha dicho primavera.
-Jejejeje
Salimos al recreo, y mis zapatos lo pasaron genial, y yo también con ellos.
Me vino a recoger a la salida del cole mi abuela, mamá tenía visita en casa…
Cuando llegamos al portal, mamá gritó desde arriba.
-¡Sube, Ana!
-¡Ya está aquí mi Prima Vera!
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