Nadie
percibió nada el día de su nacimiento.
¡Nadie!
Nada
hizo sospechar lo que le estaba sucediendo.
Al transcurrir
de unos meses, sus papás la acompañaron a la visita del médico.
—¡Esto tendré
que estudiarlo!…
¡Qué
raro!…
No sé
de dónde provengan estos incipientes velos…
No sé
si habrá constancia de algún caso de esto…
Es un asunto
extraño…
Regresen
tras algún tiempo…
Pasaron
varias semanas y el fenómeno fue en aumento.
—¿Qué
le ocurre a nuestra Ana?
¿De
qué serán esos velos?
¿Los has
visto moverse?
¡Tienen
colores celestes!
¿Son
alitas lo que veo?
Pronto
llegaron los hechos, por su rareza tremendos.
Volaba…
Volaba
Anita con sus alitas de Cielo.
En su
manita derecha creció varita de espejo,
y relucía una estrella, en uno de sus extremos.
Tratando
de manejarla, sufrieron daños diversos.
Hizo enorme al gato, que traspasaba el techo.
En la ventana asomaba su rabito, y la
chimenea servía de collar para su cuello.
—Dhu… Dhu…
Decía Anita, y se freían los huevos.
—Dhu… Dhu…
Volvía
a decir, y se rompía el espejo.
Había
nacido un hada en una casa de de un pueblo.
¡Qué
extraño! Ver la pequeña, haciendo voltereta en vuelo.
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