Papá Noel,
agobiado ya de leer y leer más y más cartas, y apuntar en su agenda de nombres, una
por una, las peticiones de todos los niños y niñas que le habían escrito este
año….
De pronto,
una carta le dejó totalmente perplejo y confundido.
Papá Noel,
tenía muchísisisima prisa, ya estábamos a día 24 de diciembre y esta era la
noche mágica en que debía descender por todas las chimeneas de todo el Mundo, cargado con su enorme y pesado saco.
Le esperaba
una dura jornada, pero tuvo que hacer una pausa e interrumpir la cadena formada
por su esposa, Mamá Noel y sus elfos, que estaban distribuidos en lo que venía a ser una larga cadena de variadas
categorías.
El
principio de la cadena, estaba formada por elfos clasificadores, que se
dedicaban a distribuir las cartas después de leídas por Papá Noel en varios
montones.
Un montón
estaba dedicado a las cartas de niños.
El
siguiente montón hacía referencia a las cartas escritas por las niñas.
Los elfos
siguientes, distribuían las cartas por edades.
Carta de
niño bebé que casi siempre consistía en una hoja de una revista de juguetes
señalada con una pequeña manchita, hecha con la yemita del diminuto dedo índice
del pequeñin.
Carta de
niño de más de tres años.
Esta vez, casi siempre, el niño enviaba una página de la revista de
juguetes con su juguete favorito señalado por un tachón hecho con un rotulador de punta gruesa.
Carta de
niño de más de seis años.
Estas cartas suelen estar escritas muy pulcramente, aunque
con letras un tanto inseguras.
Carta de
niño de más de ocho…
Y así
sucesivamente.
Hacían lo
mismo con las cartas de niña, quedando también éstas, distribuidas por edades.
La
distribución proseguía después con los niños cuya petición comenzaba por:
Querido
Papá Noel, tráeme lo que tú quieras.
Cuando Papá
Noel y los elfos encontraban una carta de esas, casi siempre, hacían un estudio
previo de los gustos del niño, o niña que la enviaba. Y hasta alguna vez... se
dirigían hacia la casa del peque o la peque, e investigaban a ver qué le podía hacer
ilusión, o qué le podría hacer falta al niño o niña que enviaba aquella
carta, que demostraba quizá.... interés por todo o... Quizá... por nada. Pero lo que quedaba muy claro es que el niño o niña, depositaba toda su confianza en Papá Noel.
Así que esas cartas
siempre eran merecedoras de un exhaustivo
estudio previo, antes de decidir qué llevar la noche de Navidad,
Papá Noel pone muchísimo cuidado para no meter la pata.
Papá Noel, había sido siempre muy concienzudo, y no quería defraudar a los niños o niñas que habían
depositado su confianza en él, así que pocas veces fallaba, y por eso, todos los
niños, generación tras generación, después de miles y miles de generaciones,
continuaban enviándole peticiones para el día de Navidad.
Si de algo
se sentía orgulloso Papá Noel era de la confianza que sentían los niños en su
persona.
Hasta
muchas veces, pensaba que su enorme barriga se había ido formado gracias a su
felicidad, y a la felicidad de los niños que en él tanto y tanto confiaban.
Por eso, le
extrañó tanto recibir aquella carta de aquella niña que él conocía tan bien de
años anteriores.
Merceditas
(que así se llamaba la niña) le había escrito cartas en los años pasados.
En la carta
del año pasado, como en la de otros años, Merceditas hacía peticiones para las personas
cercanas a ella, para los pobres y apenas pedía algo para sí misma.
Eran cartas
largas, en las que hablaba de sus amigos y amigas, de sus papás y de las cosas
que le preocupaban.
Unas cartas preciosas... (Opinaba Papá Noel)
Por eso, la
carta de este año le dejó helado, traspuesto, petrificado.
Cuando Papá
Noel abrió la carta de Merceditas, leyó aquellas palabras escritas en letras
enormes que decían así:
Papá Noel,
se entristeció e imaginó que algo grave ocurría en la mente de Merceditas.
- ¡Tengo
que hablar con ella!. –
Se levantó
Papá Noel muy seguro y muy dispuesto a llevar a cabo su idea de ir a hablar con
Merceditas.
- ¡Estás
loco!
¿Cómo vas
a ir a hablar con Merceditas?
¡Eso va
contra las reglas! –
Protestó Mamá Noel muy enfadada.
- ¡Papá
Noel, no puede hablar con los niños!
¡Eso va
contra las normas de la Navidad! –
Prosiguió diciendo la señora Noel.
-¡No!
¡Tengo que
ir; e iré a hablar con Merceditas!
¡No me quedo sin saber qué le ocurre a esta niña!-
Papá Noel
cogió su trineo y una vez dentro de él, pidió a sus renos que remontaran el
vuelo.
El trineo
de Papá Noel surcó los cielos a mayor velocidad de la que puede producir un
rayo, dejando tras de sí, una estela de estrellas doradas y brillantes, tan
espesa que casi se podría caminar encima de ella.
Papá Noel,
no tardó, pues en llegar a casa de Merceditas, aún viniendo desde tan lejos, como desde el Polo Norte, y viviendo ella en una esquinita de Europa. Una
península llamada España y en una puntita de ésta, Cádiz.
Llegó
temprano, Merceditas aún estaba ayudando a mamá, con los preparativos de la
cena, y debía cenar aún. Después se acostaría a dormir.
Merceditas, estaba tranquila, este año no le invadían los nervios de la Nochebuena, no tenía
el ansia de no dormir, o de despertar temprano como en las nochebuenas de los años anteriores.
Estaba
tranquila y relajada, y sabía que en cuanto se metiera entre las sábanas se
quedaría dormida como cuando era una pequeña bebita.
Y... Eso era lo
que esperaba Papá Noel.
Que se quedase dormida.
Papá Noel
no podría hablar con los niños.
¡NO!
No podía.
Pero sí... podía introducirse dentro de sus sueños.
Esperó
frente a la ventana de Merceditas, haciendo valer su poder único de la INVISIBILIDAD, para
él, para sus renos y todo su inmenso trineo.
Mientras
esperaba, estuvo contemplando a la niña, y llevando un control de todos sus
movimientos, intentando adivinar el motivo del desdén, y desgana mostrados con la negación de su carta.
Papá Noel, la observó un poco triste y cansada, pero no era algo tan anormal, pues... debía la
niña, tener sueño a aquellas horas de la noche.
Papá Noel
vio cómo la mamá de Merceditas depositaba un beso en la frente de su niña y
leyó en sus labios, a través de la ventana, cómo le daba las buenas noches.
- Hasta
mañana mi niña
Que tus
sueños sean inmensamente felices, en esta maravillosa noche de Navidad.
¡Te
quiero, mi niña preciosa! –
La mamá,
salió de la habitación y Merceditas cayó en un sueño tranquilo, dulce y
silencioso.
Papá Noel
entró entonces en la habitación de la pequeña, y se sentó a los pies de su cama
para poder ver bien a la niña y entonces…
Papá Noel
entró en el sueño de Merceditas que ahora mismo comenzaba a formarse en su mente de niña pequeña.
Merceditas
en su sueño, se encontraba como flotando sobre el hielo del Polo Norte, pero no
tenía frío, y estaba contenta, muy contenta y muy feliz de estar en aquél lugar
tan blanco, tan tranquilo y tan hermoso.
Desde allí,
desde su sueño, podía ver a los elfos, a la Mamá Noel y las clasificaciones de
cartas, y el trajín de los pequeños elfos transportando juguetes de miles y
miles de pedidos.
Les veía
clasificar juguetes en pequeños montoncitos, y sobre cada montoncito, había una
carta de aquellas tantísimas cartas que había recibido Papá Noel.
Interpretó Merceditas que cada montoncito era una petición de un niño al bueno de Papá Noel.
Nunca había
visto tanto movimiento de juguetes, de elfos, y de miles y miles de destinos diferentes.
Se dio
cuenta entonces, de lo tremendamente complicado que podría llegar a ser el envío de
paquetes a tantas direcciones distintas, de tan distintas partes del Mundo, y que si no fuese por la magia del día de
Navidad, y de que sólo Papá Noel era capaz de realizar tantos envíos en una única noche de cada
año. Año tras año, y año tras año...Todo aquello, sería imposible de entregar.
Merceditas
en su sueño, estaba tan distraída que no se dio cuenta de que Papá Noel la estaba
observando.
-
¡Merceditas! –
Dijo Papá
Noel para sacar a la niña de su ensimismamiento.
Merceditas
en su sueño, miró hacia Papá Noel, y enseguida, se dibujó en su cara una dulce y plácida sonrisa, y
una alegría interior que jamás había percibido antes de aquél mágico momento.
- ¿Dime,
Merceditas te has enfadado conmigo por algo? –
Preguntó
muy preocupado Papá Noel.
- ¡No!
¡Jamás!
¿Cómo
podría?...
¡Nunca! –
Contestó
Merceditas sorprendida y extrañada por la que para ella era una extraña pregunta de Papá
Noel.
- ¡Nunca! –
Se reafirmó
la niña en su respuesta.
Y en sus
sueños, corrió a abrazar al gran Papá Noel recostando su cabecita sobre la gran
barba blanca que a Merceditas se le antojó como de algodón de azúcar o de algo
mucho más suave y mullido.
¡Que bien se
estaba abrazada a Papá Noel!
Pensó en su
sueño Merceditas.
- No podría
enfadarme contigo jamás, mi querido Papá Noel
¿Por qué
has pensado esa tontería? –
Se
abrazaron en silencio y después de un rato…
- Abrí tu
carta, pensé que te había ocurrido algo o que te hubieras enfadado conmigo
¿qué te
ha pasado Merceditas… Cuéntame? -
- ¡Oh!
Perdóname
Papá Noel
Nunca
pensé en preocuparte ni en causarte ningún disgusto.
Lo siento
muchísimo
No pensé…
¿Me
perdonas? -
Explicó
Merceditas
- Claro que
te perdono
No te
preocupes cielo –
Contestó
Papá Noel mientras abrazaba a la niña y le transmitía todo su cariño para no
preocuparla más de lo estrictamente conveniente.
Papá Noel
era muy cuidadoso, aunque se tratase de un sueño, debía extremar sus cuidados
para con todos los niños.
Los niños
son muy delicados y no se les pueden causar traumas o preocupaciones que les
puedan dañar.
- Los motivos
que he tenido para escribirte esa carta, no han sido nada personales, siento
haberte alarmado, debí explicártelo en mi carta...
¡Perdóname!
Mi amiga,
Noelia, me contó que una niña había pedido un plato de macarrones a los Reyes
Magos…
Así que
yo pensé que como tú llegas antes que ellos… Y si yo no pedía nada, tú le
podrías llevar a esa niña lo que necesita, aunque ella no te lo haya pedido a
ti...
¿Lo harás
Papá Noel? –
Preguntó la
niña, dormida pero con los ojos muy abiertos.
- ¡Claro que
lo haré!
¡Esta
noche esa niña, tendrá lo que desea y necesita! –
Contestó
Papá Noel mientras ponía un beso de algodón, sobre la frente de la pequeña.
En ese
mismo instante, Papá Noel desapareció de los sueños de Merceditas y ella siguió
soñando sueños hermosos llenos de color, de amor, y de amistad.
Aquella
mañana, Merceditas se despertó tal y como se acostó, tranquila, sin ansias, sin desasosiegos
y muy feliz. Recordaba vagamente su conversación con Papá Noel, que pensaba había sido fruto de uno de sus sueños.
Se
desperezó, se levantó de la cama y al entrar en la cocina, descubrió sobre la
mesa, un hermoso plato blanco de filo dorado, tapado por una gran tapadera
abombada, de plata con un asa de oro en su parte superior, de la que pendía una
pequeña tarjeta cogida al asa por un cordón dorado.
La tarjeta
decía:
Merceditas
se subió de pie sobre una silla y como pudo, levantó la pesada tapa abombada.
Un gran
plato de macarrones asomó por debajo de la tapadera.
Y escrito
sobre los macarrones con salsa de tomate estaba esta frase:
“Regálalos
a quien tú quieras”
Aquellos
macarrones eran mágicos, como lo era Papá Noel, y como lo era la Navidad.
Cuando se
vaciaba el plato, sólo había que poner otra vez la tapa y volvía a llenarse de
aquellos exquisitos macarrones que gustaban a todos por igual, pues en la boca de los comensales, se convertían en deliciosos y exquisitos platos, que dependiendo del comensal, tenía uno u otro sabor y siempre, siempre, coincidía con su sabor favorito.
Merceditas
estaba contenta, guardaría el secreto de su conversación con Papá Noel, y
estaba dispuesta a hacer el mejor de los usos con aquel regalo que le había
traído la noche de Navidad.
Merceditas estaba segura de que gracias a Papá Noel, ya ningún niño o niña, tendría que pedir jamás como regalo de Reyes un plato de comida.
Merceditas era inmensamente feliz y su corazón rebosaba de alegría, que estaba deseosa de compartir con todas las personas que le rodearan o necesitaran de alguien feliz a su lado. Merceditas estaba dispuesta a regalar lo que poseía. Paz, y la inmensa felicidad que le había traído aquella noche navideña.
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Un plato mágico de deliciosos macarrones, regalo de Papá Noel. |