El día amaneció dentro de la cotidianidad:
Despertar, duchar y, desayunar son los tres actos más automáticos que Leopoldo
hacía después del latir de su corazón y de su respiración, que salvo en las
tardes de piscina y alguna que otra zambullida en la bañera, solía producirse a
su ritmo, y automáticamente. Y… el ir al instituto a dar clases... Aunque hoy
Existía una excepción, y es que hoy, es sábado y no irá a dar clases al
instituto de Educación Secundaria de “La Oleada del Tedio”
Sobre las once de la mañana, llamaron a la
puerta.
Desacostumbrado Leopoldo a que tales hechos
perturbasen sus días, se sobresaltó, aunque acudió a abrir sin demasiada
premura, aunque también, sin demasiada demora.
—¡Buenos días!—Saludó aquella especie de
cartero que asomó como primera muestra física de su persona, la nariz, aprovechando
el primer resquicio de apertura en la puerta.
—Buenos días. —contestó Leopoldo un tanto
tímidamente y en tono de sorpresa.
—Le traigo una invitación personal, que he de
entregar en mano. —Se produjo una pausa y prosiguió…
¿Es usted Don Leopoldo Grana Cerezo, profesor
director del Instituto de Enseñanza Secundaria de “La Oleada del Tedio”?—
—Sí, soy yo… Salvo por un pequeño error…
No soy director del Instituto. Soy profesor
de Ciencias Inexactas.—
—¿Querrá usted decir Ciencias Exactas. No,
Señor Leopoldo? —Rectificó el señor cartero un tanto escéptico.
—No. Ciencias exactas corren por cuenta de mi
compañero Demetrio. Yo, me dedico a impartir “Inexactas” y… No crea usted, es
una asignatura muy interesante. —Puntualizó el profesor, ratificándose en la
importancia de una inusual asignatura, pero con demanda de impartición y en
auge.
Es más, —Continuó Don Leopoldo. —Tenemos la
gran suerte de que La Oleada del Tedio, goce de la gran distinción de poseer la
única aula del pueblo que imparte esta sin par disciplina.
El cartero notó la inmensa gana de Don
Leopoldo en explicar su metodología y pormenores sobre la asignatura y
entonces, sin aviso previo, decidió cortar por lo sano interrumpiendo al institutor
bruscamente.
Sacó de su carpeta un sobre sellado, y sin
más preámbulos, se lo colocó a la altura del pecho (casi tocando al hombre) perturbando
su tranquilidad con la brusquedad del hecho.
Acompañó la sequedad del gesto, con éstas
secas palabras:
—¡Debe usted firmar aquí, para que pueda
justificar la entrega de la misiva…
Ha de poner la fecha y la hora, acompañadas
de su número de identificación social!...
—¿Identificación social? —Preguntó extrañado
el galeno —¿Quizá quiera usted decir que debo poner el número de identidad?…
—¡Debe usted poner el de identificación
social… Pero… si lo que desea poner es el de Identificación… Ponga usted el que
le venga en gana!
Cada vez más sorprendido, Leopoldo firmó,
buscó su número de identificación Social y lo plasmó en el papel ofrecido por el
extraño cartero. Firmó, y terminó de manchar el blanco del papel con la fecha y
la hora.
Cerró la puerta, el hombre que había
perturbado su mañana de sábado, bajó las escaleras, tal como había subido, sin
hacer ni pizca de ruido.
Leopoldo, rasgó el sobre sin protocolo
alguno, sin miramientos, tanto que el sello plasmado en su frontal y su nombre,
quedaron separados en dos mitades y con una rotura en forma de ese.
La envoltura del sobre, dejó al descubierto
una invitación diseñada con todo esmero y cuidado.
La invitación decía así:
Los Duques de
Oleada del Tedio tienen el gusto de invitarle a la fiesta que se celebrará esta
misma noche.
Como ya sabrá,
Señor Leopoldo, esta noche tendrá lugar en nuestro palacio la fiesta anual de
Halloween en la que será usted nuestro real invitado de honor.
Contamos con su ilustre
presencia.
Un saludo cordial.
Avarado y Bramuela
(Duques de Oleada del Tedio)
Jamás había oído hablar de los duques, aunque
sí sabía de un palacio en el pueblo, del que desconocía datos de inquilinos o
linaje. Leopoldo en un principio quedó un tanto desconcertado y, le embargó una
pequeña suspicacia, un atisbo de desconfianza que encogía su corazón. Releyó más
de una vez la misiva… y… Sacó en conclusión, que… Desde su perspectiva de
profesor de instituto, no halló en aquella invitación ningún dato que le
hiciese persistir en su desconfianza…
A la tercera o cuarta revisión, pensó que
estaría muy bien recordar aquellas noches de Halloween de cuando era pequeño,
el susto del disfraz…
Recordó aquella vez que mamá lo vistió de zombie,
cuando le mostró el disfraz y el maquillaje en el espejo… ¡Jajajaja! Cuánto
lloró al no comprender que tras ese maquillaje quien estaba allí era él mismo.
¡Qué susto tan grande!... (Pensó con el
cariño de un feliz recuerdo).
Aquella otra vez, que llegó de la calle y le
abrió la puerta disfrazado de vampiro, su hermano Edelmiro…
No podía dejar de llorar, y el susto fue tan
grande que se le cortaba la respiración, y corría peligro de perder el
conocimiento.
Recordaba a su asustada mamá intentando
tranquilizarle, diciéndole que los colmillos que presentaba su hermano asomando
entre sus labios eran de juguete, y que no servían para morder, por su
inconsistencia y su falta de filo.
—¡No pinchan, ves… No pinchan! —Trataba de
convencerle su madre aplastando los colmillos (ya fuera de la boca de Edelmiro)
una y otra vez, contra la palma de su mano.
Poco a poco, su hermano fue quedándose sin
disfraz (con lo contento y gracioso que estaba creyéndose un verdadero vampiro)
Mamá le fue quitando la capa, las pinturas
rojas que simulaban la sangre, sus espléndidos colmillos, la cicatriz escrita
con pintura negra… y el pico pintado en la frente, que asomaba por debajo de su
pelo.
Lo despeinó, le quitó el repeinado. Recordaba
la cara de Edelmiro risueña al abrirme la puerta, y como se fue enturbiando su
semblante a medida que su mamá le privaba de su presencia como vampiro; y como
terminaron los dos llorando. Él, de repente, a causa del pánico y Edelmiro, poco
a poco, a medida que iba perdiendo sus atributos vampíricos.
¡Pobre Edelmiro! Después recordó que hubo de
consolarle por chafarle la noche de dicha y protagonismo.
Hasta tuvo que prometerle hacer su tarea del
colegio por una medida inexacta de días, que se fue convirtiendo en costumbre.
Perdido en esos graciosos e íntimos pensamientos,
le asaltó una duda…
No había preguntado al portador de la carta
si debía ir disfrazado…
Halloween es la noche del disfraz —Pensó de
nuevo en la invitación… Y ello le hizo decidir que se trataba de una fiesta de
Halloween convencional. Como todas las fiestas de Halloween…
Según la experiencia de Leopoldo, eso
significaba que debía disfrazarse.
Se agenció un disfraz que confeccionó con una
sábana blanca, a la que pintó y recortó el contorno de unos ojos redondos y
grandes. Se lo probó, y… quizá por la excitación le invadió un repentino sueño.
Sobre las ocho de la tarde, despertó de su
siesta y se encaminó enfundado en la sábana hacia el palacio del pueblo.
Entró sin llamar.
Llevaba en la mano y en lugar visible la
invitación, por si alguien se la requería.
Le extrañó que nadie le mirase ni le diese
importancia alguna.
Aunque él… siempre tan cortés, saludaba a
quienes se le cruzaban, a quienes veía de frente, a quienes pasaban cerca…
Había saludado a todos los invitados al cabo de un rato de presencia en la
fiesta…
Le extrañó ver a alguien vestido de vampiro
muy parecido a su difunto hermano Edelmiro… y esto le provocó una sensación
entrañablemente agradable.
Y le extrañaba más que nada, que nadie
contestase a su saludo.
A la mitad de la fiesta; la duquesa, se subió
al palco de la orquesta y advirtió a los presentes…
—¡Recordad, que gozamos de la presencia de un
fantasma real… Y que habrá un premio para quienes lo adviertan!—
Esto intrigó a Leopoldo y le hizo poner
interés en su entorno.
—No estaría mal pillar a un fantasma —Se
permitió pensar
Aquella nueva expectativa, entretuvo sus
minutos siguientes en la fiesta…
Mas… Cada vez le chocaba más el despiste de
la gente, el sentirse como un extraño entre desconocidos…
Sí, realmente, Leopoldo era ignorado en aquél
lugar de jolgorio y fiesta.
Advirtió que había gente que por grupos se
hacían fotografías frente a un enorme espejo antiguo decorado con un marco que llevaba
una distintiva corona de escudo familiar en su parte de superior.
Sería bueno tener un recuerdo de esta noche…
Pensó Leopoldo.
Y… se colocó delante, haciendo el fantasma,
junto a un grupo que posaba para el espejo….
—¡Esto no lo puedo tolerar!—gritó muy enojado.
¡No puedo tolerar que me ignore también el
espejo!
Leopoldo, se arrancó la sábana que cubría su
rostro y su cuerpo…
—¡Fantasma!!!—
Gritaron a coro señalándole con el índice, todos los presentes.
Leopoldo, no comprendió qué había ocurrido aquella noche, en
aquella estúpida fiesta.
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