—
La llamaré ahora, quizá han sido demasiado bruscas mis palabras o mis
gestos... –
—
Puede que esté llorando y hasta que se pase la noche en vela... –
—
Me siento… tan… culpable de todo lo ocurrido... –
Felipe, escuchaba a su amigo sin decir nada,
alguna de las veces en las que Andrés hablaba, asentía con la cabeza o tocaba
su hombro dándole una pequeña y compasiva palmada para tranquilizarle y hacerle
saber que estaba allí, atento y a su lado. -
—
Tendría que haberla besado y así callar su boca ofreciéndole la mía –
Reanudó Andrés tras un rato de silencio aquella confesión de malestar y culpa que resultaba prácticamente un monólogo.
—
Tendría que haberla abrazado y decirle que para mí no hay nadie más
que ella, que hasta su sombra se me hace la más atractiva de todas las sombras
que el sol pueda reflejar un mediodía. Que su luz es la única luz capaz de
iluminarme, que su mirada guía mis pasos y su camino, es la única senda que
desea seguir mi vida, que el pensamiento de llegar a perderla, borra de mí todo
deseo de pervivencia. -
Felipe escuchaba, asentía y por fin, tomó la
palabra:
—
Por mi experiencia te digo, que muchas veces es mejor esperar,
callar, que… Para todos los males hay
dos remedios:
El tiempo y el silencio.
—
Reflexionará y llegará a la conclusión de que no ha pasado nada
grave, que todo ha sido una simpleza. Una tontería. -
—
Sólo ha sido una niñería. -
—
Llegará ella sola a pensar que no hay nada malo en mirar a alguien que pasa por delante de ti.
—
… Es normal mirar… La mirada se va sola, y de
forma involuntaria. -
—
O mejor… Corre a su ventana y repítele todo eso que me has dicho a mí. -
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