Regué hoy tus plantas
perdidas en el tiempo,
las por ti olvidadas
el día de tu huída…
Enmustiadas y dolidas,
echándote de menos,
adormiladas y dolidas.
Te recordé con el agua,
con los vertidos de lluvia
que tus manos recogían.
El umbral de mi memoria,
traspasó esa puerta
que estaba, para ti,
totalmente prohibida.
Se produjo tu llegada,
a la una de la tarde...
la furiosa transgresión,
de una memoria, que es,
y ha sido siempre...
de una memoria, que es,
y ha sido siempre...
absolutamente mía.
Y allí estabas tú...
hermosa, intacta...
dulce y armoniosa,
tu imagen, renacida.
Tu grácil figura...
candor, y hermosura;
cual gentil holograma
de felicidad destruida.
¿Qué haces aquí de nuevo...
no sabes tú, que en este
que es mi espacio...
continúas prohibida?
¡Grité a tu imagen,
a tu exacta holografía!
Mientras mis lágrimas,
mudadas en torrentes...
brotan expatriadas,
cruzando mis mejillas.
Lloré, ante tu presencia...
tu reflejo de recuerdo
perpetuando mi memoria;
tu presencia, transgresora
tu intromisión... en mi vida.
Lloré amargamente,
mientras no alcanzaba
a separar mis ojos,
de esa, silueta tuya
en tu perfil convertida.
Lloré cabizbajo,
para dejar de verte,
para no sentir, que aún
mi pensamiento, mi alma,
a gritos silenciados,
tu nombre repetían.
y... volví a gritar
desesperadamente,
ya que tú aquí... Aquí...
en mi pensamiento...
estás más que prohibida.
¡Debí tirar tus plantas!
Sé, que debí hacerlo...
cuando me abandonaste.
En ese mismo instante...
de ese mismísimo día.
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© Mercedes del Pilar Gil Sánchez