La
paga extra de verano le llenó de satisfacción y pensó en el mismo instante que
fue cobrada en cómo deshacerse de ese dinerito inhabitual sin que supusiese para él
ningún problema de conciencia.
Esta vez, no ocurriría como cuando compraba zapatos, o algunas imprescindibles prendas para el diario vestir; ocurría siempre, que su conciencia le hacía reprocharse a sí mismo haber gastado más dinero del que debía.
Los
tiempos estaban duros, y trabajar, no suponía una garantía de no pasar hambre, si no se
poseía una conciencia exhaustiva de los “gastos” realizados en el hogar.
Sabía
que el dinero de la paga extra volaría de un plumazo sin sentir, sin que
tuviese tiempo de degustarlo, de tenerle, de contemplarle entre sus manos…
¡Nada
importaba!
¡Nada impediría aquel gasto gustoso!
¡Nada!
¡Por
fin conseguiría, lo que tanto ansiaba!
Es
cierto, él únicamente pensaba “hasta ese momento” en bienes tangibles, como
podrían ser: Pasar a conseguir la propiedad de un coche, o poder gozar en su salita de estar, de una pantalla televisiva de esas enormes, led, de ultimísima generación de la que tantas ganas tenía…
Se hallaba seguro de que no habría lugar para contabilizar activos, o pasivos, a hacer balances, cuadrar
cuentas… Ocurriese lo que ocurriese, la cuenta final, vendría a conseguir resultados más que positivos.
Ya
había solicitado el billete desde hacía más de seis meses...
El
mismo tiempo que llevaba hablando con ella, dedicándole a través de internet las horas
de asueto que su vida laboral le permitía...
Necesitaba
tanto su voz…
Necesitaba el rumor de su aliento adentrándose en su oído…
Necesitaba...
Sentir en su piel las caricias que la cálida voz de la amada, entre susurros interrumpidos
por un forzado clímax prometía.
Necesitaba
su boca, su cara, su piel, y enterrar las manos entre la negrura de sus cabellos, asirse a ellos y acercarla hacia sí con la máxima de las ternuras para una vez unidas sus pieles, estrujarla contra sí hasta dejar de sentir esa sensación de pérdida que le consumía por dentro, esa ansiedad provocada por la distancia, la angustia y la pena que el deseo de tocarse provocaba en él con mayor fuerza cada día transcurrido sin poder calmar la Ansiedad, el Deseo... La Incertidumbre... La Prohibición... El Desconocimiento... La PENA.
¡Sí,
la necesitaba! Más que el respirar, más que el saciado del hambre o de la más angustiosa sed.
Y era así como transcurrían todas sus conversaciones con Stella Maris, con un grito creciente día a día, acallando una necesidad palpable, más tangible que sus cuentas, que sus ahorros,
que un flamante automóvil o un televisor led de sesenta pulgadas.
Anoche,
repasó que no faltase lo más preciso en su maleta, y a las doce y diez de este mismo mediodía,
llegó a un aeropuerto madrileño con destino a Caracas, en Argentina.
El
letrero:
“Desde hoy, treinta de julio, y hasta nuevo aviso, quedan SUSPENDIDOS LOS VUELOS CON DESTINO A
CARACAS”
Le dejó pegado al suelo como si éste estuviese anegado por un pegamento inconsistente, blando, que le tragaba sin consideración alguna, hasta una longitud que sobrepasaba la altura de su cuello.
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