El perrito Toby, era el ojito derecho de su dueño; un yorkye muy pequeño y peludo, cariñoso a rabiar… así que su dueño Antonio, no hacía más que devolver al peludo, todo aquel cariño que cada día, su Toby le demostraba, así que el perrito, gozaba de plena impunidad en aquella casa que ambos habitaban, junto a la esposa de Antonio;
Ädelaida era una mujer estricta, y muy poco cariñosa con el perrito, aunque éste, se deshacía por hacerle fiestas, lamiéndole la cara cada vez que se le ponía a tiro. Algo que a ella le desagradaba en grado sumo. Aunque a Antonio, aquella clase de cariño le gustaba, y hasta se la reclamaba al perrito con ardua frecuencia.
Le pedía:
—¡Toby, ven a darle un besito a papá! — Y Toby raudo como el rayo, obedecía al instante. Comenzaba siempre por el interior de la nariz, para terminar lamiéndole el resto íntegro de la cara.
A lo que su esposa, muy molesta le decía:
—¡Qué asco, Antonio, cómo se lo permites! —Protestaba inclemente, la señora Adelaida…
Pero ambos disfrutaban de aquella acción, que su dueño entendía como un acto de amor, una demostración viva de ese cariño incondicional que ambos sentían, y nadie, absolutamente nadie, iba a cambiar ese hecho.
Como ya he dicho, a la señora Adelaida, la podríamos calificar como una buena mujer, aunque tenía un ligero defectillo, y es que a la señora, le gustaban los juegos de azar, y esta mañana se había levantado temprano, y había hecho las tareas de la casa que ella misma se había asignado, con un vigor desconocido en ella hasta aquel entonces.
Hacía ya más de dos semanas que no
iba al bingo y esta era la mañana ideal; su marido le había dejado dinero
abundante para la compra diaria… ¡Y,,, ni que decir tiene que esta era la suya!
Pasó por delante del bingo una vez, como con disimulo, para observar el derredor y que nadie conocido la viese entrar. Aunque a la siguiente
vez que pasó por delante de la puerta, entró sin mirar nada más, y sin hacer caso de absolutamente nada.
Mientras que entraba le latía el
corazón con fuerza, como si fuese tentada por su interior, y parecía decirle: ¡No lo pienses Adelaida! Entra, y juega. ¡Hoy vas a ganar!
Jugó Adelaida hasta que se le acabó el dinero aquel, que su esposo le había entregado para el sustento del día. Únicamente le quedaron en el monedero, poco más o menos tres euros, a contado en pequeñas monedas.
Adelaida se sentó en un banco a llorar, y, lloró sin poder contenerse durante
un buen rato. Hasta que pensó en la solución al problema… Corriendo se fue al mercado y compró media
docena de huevos y dos patatas, (ya que el dinero no le dio para más).
—¿Me huele a huevos fritos; no me lo
puedo creer. Otra vez huevos fritos? ¿Pero qué ha pasado con el dinero que te di
esta mañana?
¡Adel, que tú has vuelto a jugar! —dijo
Antonio con la voz atropellada por el disgusto.
—Verás Antonio, me levanté temprano,
fui a la plaza y compré unas buenas chuletas de ternera, que me costaron
carísimas. ¡Carísimas!
después he ido a tender la ropa a la
azotea, donde me encontré a la vecina y estuvimos charlando de nuestras
cosillas.
Había dejado las chuletas sobre la encimera, y, “te juro que te digo la verdad”._dijo con una voz que podría sonar convincente; como ensayada una y otra vez.
¡Tu querido Toby, se las ha
comido!
__¿Y loa huesos? Donde están los huesos?
__¿Pero qué huesos; de qué huesos me hablas?
__Los de las chuletas...
__¿No te he dicho que se las comió tu Toby?
Antonio tocó la barriguita del perro como esperando encontrar señales del delito, pero no halló nada.