Esperaba las ocho de la tarde con ansia en desmesura,
con el deseo en efervescente incendio de llamas a duras penas contenidas. Le
deseaba, y necesitaba calmar todo aquello que precisamente por el sosiego forzado, por
la contención desmedida, por no dar rienda suelta a la apetencia, le embargaba en un halo de tristeza
y de una cruel melancolía.
No podía comer, su boca se llenó de miedos
pavorosos, de sentidos sin sentido, de dolores estomacales producidos por la desgana, y por tener que devorarse su estómago a sí mismo.
Llevaba tiempo hablándole e intentando huir del amor que letra a letra, notaba penetrar sin remedio por sus retinas, a través de letras que él tecleaba y ella leía con la avidez propia de lo necesario para seguir viviendo. Poco a poco las letras se habían transformado en su propia vida o en parte tan importante de ella, que no podría prescindir ya jamás de ese abecedario mostrado día a día, letra a letra, cada uno de los días y a través de internet.
Su problema principal, era el de la propia
incomprensión de sí misma. Leía las letras que amaba, y sabía que eran únicamente eso... Simples “Letras”
sin apoyo, sin una imagen, sin poder descubrir qué habría tras el monitor, tras el
teclado… ¿Quién podría escribir palabras embrujadas de amor? ¿Quién podría ser el ser especial que con tan
poco, le hacía sentir tanto? ¿Qué podría tener de especial ese alfabeto
utilizado por un ser oculto, sin imagen, quizá sin dedos… ¿Podría ser quizá un robot... Un automatismo capaz de llenar su alma y todos sus vacíos con un vocabulario de amor perfecto. Un ser cuyo cerebro creado, dulcificado y sentido para ser compuesto únicamente
de envolventes letras?
Las ocho de esta misma tarde, sería la hora que haría
poner transparencia a la opacidad, que llenaría de luz su oscuridad infinita. Por fin podría
traspasar la pantalla y ver... Convertir letras en humanidad, en descanso mental,
en dar plenitud a un amor que se hacía ya desesperado.
Una flor roja en el ojal le definiría entre un mar
de transeúntes, de personas que pululaban sin rumbo por la plaza monumental, cuajada de turistas, plagada de personas que… Quizá... cualquiera de ellas, cualquiera, podría ser el propietario de su idolatrado alfabeto.
A lo lejos presintió una presencia que también los
turistas presintieron… Un ser se acercaba con una flor roja en el pecho. La
gente, los transeúntes le abrían paso a la vez que le admiraban como prendados
de su figura, para una vez había pasado mirar perplejos al suelo.
Cuando le tuvo cerca, le reconoció, era tal como se lo
imaginaba. Su figura consistía en letras amontonadas flotando en forma humana. Él extendió un brazo que antes había doblado para arrancar de su pecho la flor y ofrecérsela extendiéndola hacia ella; en su brazo se juntaban en hilera, una tras otra, estas letras: Para ti, mi amor,
con el amor más grande y más extenso...
En el suelo, tras él había ido sembrando otras letras que ella comenzó a leer: Amor de mi vida, seré para ti el ser que esperabas…
Ella, lejos de decepcionarse le abrazó esparciendo
letras flotantes por doquier que se configuraban de nuevo para lograr una imagen igual a la primigenia de ser hecho de letras. Las letras desprendidas flotantes, al caer sobre ella se deshacían, la
penetraban y la envolvían en el más puro éxtasis del más genuino y bello amor que jamás había conocido.