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lunes, 5 de noviembre de 2012

Un día en la paya


¡Mamá, mira que caracola tan bonita he encontrado!
Había tenido mucha suerte, llegué a la playa y encontré una caracola preciosa Mamá me dijo que si la apoyaba en mi oído y me paraba a escuchar, podría oír el mar aunque me encontrara a kilómetros de distancia de él.
Dejé la caracola en mi bolsita de playa y me puse a jugar con la arena. Llené el cubo un montón de veces e hice cuatro almenas para un castillo que pensaba construir pero la arena quemaba así que corrí hacia el agua a toda velocidad. Me zambullí en modalidad “chapuzonazo” (que es correr y correr hasta que el agua te frena y entonces vas, y te caes de bruces.)
El contraste de temperaturas del agua y la arena era tremendo, pasé de quemarme a congelarme en un una fracción de segundo.
Produje con mi carrera un grandísimo chapoteo salpicando de gélidas gotas todo lo que se encontraba a mi alrededor. Mil gotitas heladas chapotearon mi cara. Me estaba helando a lunarcitos de gotitas salpicadas por mis pies.
Esto no impidió que notase como una bofetada. Una bofetada de algo o alguien que estaba más frío que yo y oí que  me gritaba con fuerza.
- ¡Niñaaaaaaaaaaaaaaa! –
- ¡Más cuidado! ¡Niñaaaaaaaaaaaaaaa! –
Después de caerme de bruces, intenté recuperar el equilibrio sentándome  en el fondo. Mi cuerpo quedó cubierto casi por completo y las olas amenazaban con cubrir también mi cabeza, así que intenté elevarme un poco mientras ponía toda mi atención en escuchar atentamente para ver quién estaba tan enfadado conmigo.
- ¡Niñaaaaaa!
Me pareció que el grito venía de debajo del agua, así que (aunque no me apetecía) sumergí la cabeza.
Y sí, allí estaba.
Era un pececito que airado me reprendía y huía de mí.
- ¡Espera! –le dije –
- ¿Por qué estás tan enfadado? –
- ¿Has sido tú quien me ha dado una bofetada? –
- ¿Bofetada? – Contestó ofendido - ¡Querrás decir coletazo! ¡Te he dado con mi poderosa cola! ¡Te lo tienes bien merecido!
Vaya, que poca vergüenza, pensé. ¡Encima me corrige, me pega y es él el ofendido! A saber qué le he hecho yo a éste pez.
- ¿Por qué me has dado un “coletazo”, yo qué te he hecho pez?- (Dije poniendo comillas en el aire con los dedos de mis manos).
- Acabo de meterme en el agua ¿No? ¿Pues cómo te voy a hacer daño? –
Ahora yo sí estaba enfadada.
- ¡Me has roto mi casa! Es más, mi casa ha desaparecido. Has irrumpido en mi patio sin pedir permiso y has arrasado con todo.
- ¿YO? –Dije gritando-
- ¿YO? – Repetí incrédula –
Este pez no sabe lo que dice. ¿Cómo iba a hacer eso yo?
- ¡Has destrozado mi casa! – Repetía furioso el pez una y otra vez-
- ¡Has destrozado mi casa!
- ¡Has destrozado mi casa!
Su furia iba cambiando a pena y ahora repetía pero llorando.
- ¡Mi casAAAaaaaaa!
- ¡Mi casAAAaaaaaa! –Lloraba el pececito.
Volví a meter la cabeza dentro del agua pero no pude ver nada.
¿Dónde está tu casa? – Pregunté entre preocupada y triste.
- ¿Cómo era tu casa pececito? -Le pregunté al verle un poco más calmado.
- Era muy bonita. – Contestó compungido-
- No lo dudo, pero ¿Cómo era?, ¿podrías decirme cómo era su forma para que pueda buscarla?
Estaba dispuesta a reparar lo que había hecho aunque no estaba segura de qué era exactamente.
El pez dibujó con sus movimientos en el agua algo así como una línea en espiral para describir la forma de su casa y enseguida pensé en un caracol.
- ¿Tu casa es un caracol? – le pregunté extrañada –
- No sé – Dijo –
Metí las dos manos dentro del agua y me puse a hurgar en la arena rebuscando por el fondo en busca de aquella extraña casa.
Allí, enterrada en la arena encontré una caracola.
- ¿Es esta tu casa, pez? – Pregunté
No hacía falta que me contestara, lo vi en su cara, en la alegría de su cara. Saltó por encima del agua y chapoteó con las aletas.
- Mi casa. Mi casa. – Suspiraba aliviado –
Enjuagué la caracola para quitarle todas las arenas y soplé con fuerza por si quedaba alguna, mientras volvía a enjuagar.
- ¿Quieres que te la coloque aquí?
Pregunté mostrándole un lugar en la arena.
- Sí – Contestó contento el pez.
- Creo que será mejor que te la coloque en un lugar más protegido, esto está en medio de la playa y si viene alguien volverá a pisarla. Te la pondré allí, cerca de aquellas rocas, entre las algas. Será mucho mejor para ti.
- ¡Sí, sí. Vale!, - Se alegró el pez-  Ese sitio que dices me gusta desde hace mucho tiempo. Voy allí a menudo en busca de una casa vacía más grande, ésta me está quedando un poco pequeña. Es difícil encontrar casas vacías, y más si son grandes. Está muy mal el problema de la vivienda aquí en la orilla de la playa.
- ¡Espérame aquí. No te muevas! ¡Vuelvo ahora mismo!. – Dije esto y salí corriendo  hacia donde estaba mamá tomando el sol.
- ¿Tienes frío? – Preguntó mamá al verme tiritando.
- ¡No! No tengo. Contesté castañeando mis dientes.
Busqué mi bolsita de la playa y salí con ella  a toda velocidad. Volví corriendo hacia el agua.
- ¡Ven que te abrigue! Gritaba mamá con la toalla extendida entre sus manos.
Llegué junto al pez y le pedí.
- ¡Sígueme pez!
- ¡Te olvidas de mi casaaa! Contestó el pez asustado de perder sus posesiones.
- ¡Sígueme!, ¡Sígueme!
Le repetí. El pez ponía cara de no estar entendiendo nada.
- ¡Sígueme! Repetí.
Miré hacia atrás para cerciorarme y vi al pez que me seguía a cierta distancia desconfiado y extrañado.
Llegamos a las algas y le dije al pececillo.
- Cierra los ojos.
- Tengo una sorpresa para ti.
Me apresuré a limpiar con mis manos un pequeño trocito de arena y allí coloqué la caracola que aquella mañana había encontrado.
Se veía preciosa colocada en el fondo del mar a la sombra de las algas marrones y verdes.
El reflejo de la luz dejaba ver su forma tan bonita que por fuerza debía gustarle al pececito.
- ¡Ya puedes abrir los ojos! Le dije
Abrió los ojos y como pudo, esbozó una sonrisa. Era una sonrisa incrédula.
- ¡Qué casa tan bonita! No he visto nunca una casa tan linda.
¿Está habitada? - Preguntó –
- Es para ti pez. Es mi regalo para ti, para que me perdones por haber estropeado tus cosas.
 - ¿Para mí? - Dijo intentando abrazarme, pero era tan pequeño que lo más que pudo fue tocar mi dedo.
- ¿Para mi?  - Repitió con voz emocionada – ¡Que casa tan bonita! -Repetía una y otra vez entrando y saliendo para reconocer el interior habitación por habitación y darse paseos por el exterior para quitar con su boca pequeños granitos de arena que penetraban dentro de la caracola por el movimiento de las pequeñas olas de la orilla.
- Gracias niña, ven a visitarme cuando quieras. Te invitaré a algo. ¿Qué cosas te gustan?
- No te preocupes pez, vendré a verte cuando mamá me vuelva a traer a la playa y yo te traeré algo que te guste. ¿Te gusta el pan?
- Por favor, no te olvides de volver a verme. – Rogó aquél pececito mientras me alejaba.
- ¡Volveréee!.
Mamá seguía con la toalla extendida entre sus manos, y me acurruqué a su lado en silencio. Me cubrió con la toalla y para darme calor me frotaba con sus manos mientras me preguntaba:  
- ¿Qué hacías, con quién hablabas?
No contesté nada. Me castañeaban los dientes del frío y sabía que mamá no iba a creer que un pez me hablara.
Volví a casa pensando en todas las cosas que podría llevarle a mi amiguito como regalo. Le llevaría pan, galletas, gominolas y de todas las cosas ricas que me diese mamá para comer, le guardaría un poco a mi pececito. Seguro que en el agua no hay gominolas (pensé)

Me dí cuenta al llegar a casa, que deseaba más que nunca volver a la playa. Tenía un amigo y debía cuidarlo.  Debía agradecer la confianza que aquél pequeñín había depositado en mí.




domingo, 4 de noviembre de 2012

Deseo...

Para Almudena (mi sobrina) y sus preciosos gemelos
Se asoma la niña
en la noche al cielo.

 ¿Qué pretendes niña?
 – Pedir un deseo -

¿Dime qué deseas,
cuál es ese ruego?

-Deseo en mis brazos,
mecer a un Lucero -

Es un bien escaso.
Veré a ver si puedo.

Se asomó mil veces.
Expresó su ruego.

Luceros no quedan,
Luceros no tengo.

Pídeme otra cosa.
¡No tengo luceros!

Yo no puedo dar
lo que no poseo.

Un día en la noche,
llegaron del cielo.

Diminutas luces
a llenar su anhelo.

Maduraron juntos
hasta aquél momento...

Que por fin lograron
nacer dos luceros.

Con pelos de soles
y ojitos de cielo.

Con luces de luna
brillante en el pelo.

Caritas de ángel,
querubines bellos.

Por fin tienes niña...
Dos trozos de cielo.

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sábado, 3 de noviembre de 2012

Nana de la Luna




Sentada la Luna mecía a su estrella.
Cantaba la luna para que durmiera,
Duérmete pequeña, duérmete y sueña.
Que en su regazo la Luna te lleva.

Descansa tranquila, relájate y sueña.
Que el día se marcha, que el tiempo se vuela.
Hoy me haré una cuna para que tú duermas.
Al son de este canto la pequeña estrella.

Entorna los ojos, dormida se queda.
Sueña que viaja aquí a la Tierra.
Que como una niña en el parque juega.
Que allí jugando una amiga encuentra.

Las dos se divierten jugando a la rueda.
Jugando y jugando a la rueda rueda,
El tiempo se marcha y la noche llega.
Despiértate hermosa, Despiértate Estrella

Enciende tu luz que la noche llega.
Estaré a tu lado para que no temas
Yo te acompaño en la noche negra
Para ti esta noche me haré Luna llena.

miércoles, 24 de octubre de 2012

El rescate de Bruma


    - ¿Vamos a jugar al parque, abuelo?

La tarde era preciosa llena de luz y el tenue sol de primavera dejaba salir a aquella hora temprana sin temor de abrasarse, y yo…
¡Aburrido en casa!

    - ¿Vamos al parque? –Repetí-

Creí que abuelo no me había oído despistado frente a la pantalla de su ordenador,  escribiendo cosas que yo  aún no sé leer pero, que deben ser muy importantes porque está tan atento que no oye lo que digo y eso que grito con toda la fuerza de que es capaz mi voz.

    - ¡AbuelOOOOOO! –Grité aún más fuerte-

Al oír mis gritos, abuela se acercó y le dijo:

    - Llévalo al parque un ratito - Susurró abuela en un tono muchísimo más bajo que el mío.

A ella la oyó y consiguió sacarle del ensimismamiento hipnótico que ejercía sobre él el brillo del monitor encendido.

    - ¡No lo entiendo!

    - ¡No entiendo a los mayores! 

Unas veces oyen cuando les hablas bajito y otras…

No se enteran si les gritas. 

(Creo que los mayores son muy pero que muy “raros”)

    - ¡Vamos Pablo! –fue la respuesta de mi abuelo.

Le di la mano y fuimos hacia la puerta.

Bajé por las escaleras  dando grandes saltos.

 (Tramos de escalera de tres en tres y el último tramo salté juntas cinco escaleras.)

    - ¡Te vas a lastimar!- Advirtió abuelo en tono tranquilo y cansado. (Que creo quiere decir, “no lo hagas más,”)

¿Cómo voy a hacerlo más si ya he saltado todas las escaleras y estamos en el portal?).

Lo dicho…. Raros…. raros.

    - ¡Manuellll! 

Grité llamando a mi amigo para que me viera y corrí hacia él.

Le abracé para saludarlo.

Él también me saludó y me ofreció una patata frita que sacó de un paquete de color amarillo.

La cogí y me la quedé en la mano un rato. 

No tenía hambre, así que guardé la patata  en el bolsillo de atrás de mi pantalón.

Nos sentamos en un el banco de piedra que hay en el parque, bajo la ventana de la casa de Manuel. 
Nada más tocar el banco, oímos un “craks, craks, criks” 

Me levanté de un salto y saqué del bolsillo miles de trocitos de patata, pequeñitos, pequeñitos, parecía por la cantidad de pedacitos que tuviera en el bolsillo un paquete entero de patatas. Un sólo trozo se había convertido en mil trocitos diminutos que resultaban difíciles de eliminar del fondo de mi bolsillo.

Manuel estalló en carcajadas viendo la patata convertida en diminutos confetis de color patata frita en la palma de mi mano. Un confeti inagotable que brotaba una y otra vez de mi bolsillo ¿Me habría convertido en mago?

Me encogí de hombros e hice un sonido con la boca Puffsssssssss  y me reí con Manuel con esa risa tonta llena de vergüenza que te da cuando no sabes de qué te ríes.

Con la mano abierta, llena de patata lancé al aire con fuerza los "confetis" que se  esparcieron volando hacia arriba, cayendo después suavemente igual que cae la nieve sobre nuestras cabezas cuando nieva. 

¡Ahora sí me reí con ganas!

¡No sé por qué a Manuel no le hizo gracia!

¡Esto sí era para reírse!

Manuel estaba super gracioso con los trocitos de patata en la cabeza. Parecían pequeños bichitos amarillos perdidos entre hierbas de color castaño oscuro, Manuel tenía el pelo muy corto y algunos pedacitos, quedaron como pinchados por los pequeños pelitos de punta.

Dejamos de reír y nos quedamos en silencio un instante.

Entonces le oí.

Oí un chirriar de pájaro muy agudo, (parecía como un llanto de un pequeño pajarito).

Era un llanto de ¡SocOOOrrOOooooo!!!!

Sí, estaba seguro, era un llanto de socorro que no sabía de dónde venía.

Al instante, abuelo gritó.

    - ¡Pablo, Ven!

Fui corriendo, Manuel corrió detrás de mí y según nos aproximábamos a abuelo, oíamos cada vez más claro el estridente llanto.

Entre intrigado y asustado, pregunté a abuelo.

    - ¿Qué ha pasado abuelo?

    - Hay un pajarito ahí, ¿lo ves? –Contestó abuelo señalando hacia una pared.

Me esforcé en mirar a todos lados y no conseguía ver al pajarito y….

¡Por fin lo vi!...
Era un pajarito muy pequeño que abría su boca todo cuanto podía para dar agudos gritos de socorro. 

Se encontraba suspendido en el aire, agitando sus alas sin  dejar ni un instante de chillar.


Me encogí de pena.
     - Pobreeeciitooo dije llorando –

     - Pobreeeciitooo repetí, sin poder dejar de llorar

     Pobreeeciitoo-

     Pobreeeciiiiitooo  
 ooooo

   - ¡No llores Pablo, que vamos a salvarle! – dijo abuelo con un tono de convencimiento tal que me tranquilizó un poquito y por un instante, dejé de llorar.
- ¡Vamos a buscar una escalera y le salvamos! –volvió a decir abuelo con más convencimiento aún.

¡Corrí!

Corrí, y enseguida me paré pues no sabía muy bien a dónde tenía que ir corriendo aunque sabía que debía correr.

Rápido di la vuelta y pregunté a abuelo 

    - ¿Dónde hay una escalera?-

    - Vamos a buscarla ahora.

    - ¡Espérame! – Respondió abuelo-

    - ¡Espera! – Repitió otra vez abuelo con ese tono cansado que utiliza cuando repite algo más de una vez.

Manuel me seguía sin decir palabra. 

Corría cuando yo corría.

Lloraba cuando yo lloraba y paraba cuando yo paraba. 

Manuel se mantenía expectante ante la conversación que manteníamos abuelo y yo, y nervioso porque igual que yo, también quería salvar a aquél pobre pajarito.

Esperé a abuelo aunque no podía estarme quieto.

Se me hizo una eternidad esperar.

El pajarito lloraba y había que hacer algo con urgencia.

Yo sabía que no podía esperar.

Entramos en una tienda que hace esquina y abuelo preguntó al tendero.

    - ¿Tienes una escalera

    - Hay un pajarillo ahí que se ha quedado enganchado en algo y tenemos que ayudarle. -Dijo al tendero- mientras éste entraba en el almacén y salía después con una escalera de tres peldaños.

Salimos con la escalera a toda prisa, la colocamos contra la pared, debajo de una caja de empalmes llena de cables eléctricos que la mamá del pajarito había elegido para hacerla su casa y tener allí sus crías al abrigo del viento, el frío y la lluvia.

De allí pendía el pobre pajarito.

Que penita me daba verle ahí flotando en el aire boca arriba con una patita extendida y pataleando con la otra, llorando sin parar como lloran los pajaritos.

Nunca había oído llorar a un pajarito, ni sabía que pudieran hacerlo, siempre que veo un pájaro está cantando alegre y feliz pero éste está llorando.

¡Que lastimita de él!

La caja de empalmes estaba más alta de lo que parecía y abuelo tuvo que estirarse mucho para llegar a ella.

El pajarito estaba pendiendo de  un hilo de coser en el que se había enredado una de sus patitas.

Abuelo se estiró todo cuanto pudo, cortó el hilo y por fin lo rescató.

El pajarito dejó de gritar. 

Ya no lloraba ni pataleaba.

Temblaba callado por el miedo que había pasado pero ahora se sentía aliviado.
Sentí el alivio del pobrecillo cuando le ofrecí la palma de mi mano y se acurrucó en ella relajado, cansado, agotado y tranquilo.

Puse mi otra mano sobre el pajarito acurrucado, formando con las dos manos una cueva para cubrirle, haciendo de mi mano derecha una mantita para darle calor y protegerle.

Él se sintió seguro conmigo y me lo agradeció quedándose muy quietecito y dormido. 

Me sentí muy estremecido, como un encogimiento del corazón y un erizar de pelillos de pura emoción feliz, contento y aliviado de poder salvarle.

Ya no podía pasarle nada. 

Me tenía a mí para cuidar de él y se lo dije:

Le dije:

    -Pajarito, ¡verás lo bien que vas a estar a partir de hoy!

    - ¡Voy a cuidar de ti y te voy a llamar Bruma.

    - ¿Te gusta Bruma? -Le pregunté- 

    - ¿Te gusta a ti abuelo? 
    - ¡Voy a ser tu amigo para siempre!- Le aseguré-
    - ¡Para siempre! - Repetí-

    - ¿Para siempre es mucho, verdad abuelo? –Pregunté para estar seguro de que lo que le ofrecía al pajarito era para siempre.


¡Siempre!!!










domingo, 21 de octubre de 2012

Moco



 
 
En la nariz de una niña
Blanco papel se coló,
Moco que estaba acechando
Enseguida que le vio,
Moco verde, verde moco,
de verde lo envolvió,
Orgulloso de este cambio,
Moco creció y creció,
Muy asustada su madre,
la niña llevó al doctor.
¡Grave asunto. Grave asunto!
El cirujano afirmó,
¡Este moco se ha hecho fuerte!
Esta nariz le gustó.
¡Mucha agua, mucha agua!
el médico recetó,
A ver si así le asustamos….
Muy quedito susurró.
Luego de baños y baños,
A Moco debilitó.
Debo pensar  en la huida.
Un plan Moco maquinó
Cosquillas con una pluma
A la nariz realizó
Decidió salir pitando,
Cuando ella estornudó.
Tomó impulso de estornudo,
Contra el suelo se estampó.
¡Mira como huye el blando!
Moco corrió y corrió.
¡Moco malo, Moco malo!
la niña le reprendió.
Corriendo sigue el malvado,
ya nadie jamás le vio.