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sábado, 4 de febrero de 2017

Morir en Roma

Los habitantes de la antigua Roma gracias a su ansia conquistadora se habían hecho adictos a la sangre, y con ello, adictos a embriagar sus cuerpos con dosis cada vez mayores de  su propia adrenalina.
Las sangrientas gestas de sus guerreros en los distintos campos de batalla, eran capaces de llegar a Roma antes que ellos mismos; les precedían hazañas de descuartizamientos de aprensiones de esclavos, de represiones a pueblos lejanos y ajenos, consistentes en vestir árboles desnudos, con personas colgadas boca abajo a las que dejar morir de sed e inanición en lentas agonías. De poblar caminos con crucificados, violaciones de mujeres casadas y robos de vírgenes para ser mancilladas en ventas al mejor postor, sin mostrar un ápice de respeto por las ajenas vidas en países ajenos.
Los pobladores civiles de Roma llenaban sus oídos de barbaries que corrían de boca en boca atribuidas a centuriones, o decuriones, a signifiers que permanecían impasibles en medio de la batalla dando honor y prestigio a su estandarte, portándolo y llevándolo a salvo a la primera línea de la contienda, o a alguno de los gregarius que sobresalían de entre los miles de gregarius que acudían al campo de batalla. Los civiles gozaban de estas gestas imaginándose protagonistas, recreando en sus mentes las hazañas contadas de boca en boca como propias. Pero eso, poco a poco se iba haciendo insuficiente; la plebe romana necesitaba ver. Necesitaba sentir el placer de la sangre, poder oler el dolor de la lucha, gozar de batallas cuerpo a cuerpo… Necesitaban sentir en sus ojos el poder de una evisceración en directo, la amputación durante un combate de brazos, dedos o piernas a cargo de afiladas hachas, puntiagudas espadas, o notar el estremecimiento del pánico de un hombre atrapado en una red y que es sabedor de que en unos segundos arrebatarán el alma de su cuerpo.
Los habitantes de Roma, se habían aficionado a la lucha, sin luchar, sin participar en algo tan excitante, tan digno y tan atractivo como ganar en una batalla.
Los pequeños se ejercitan en la lucha antes de dejar el pecho de sus madres para ser convertidos en nuevos reemplazos de gregarius una vez terminado su crecimiento, o antes de alcanzar el punto de madurez de la adolescencia, para hacer realidad sus sueños de lucha cuerpo a cuerpo, o el sueño originario de contienda de sus propios padres.
Para dar rienda suelta a la obviedad de hambre de descargas adrenalínicas se fueron construyendo fosos de pelea del que ninguno de los contendientes tenía de él escapatoria alguna. Estos pequeños fosos no calmaban el apetito de sangre de los romanos, carecían de cómodos asientos, de aforo suficiente para que pudiesen disfrutar el espectáculo más de un puñado de hombres…

Los romanos necesitaban disfrutar en plenitud poblacional, necesitaban formar auténticas jaurías de personas enardecidas a favor de la aniquilación y de la muerte. Sí, los romanos necesitaban inmensos recintos que poder bañar de múltiples sangres de múltiples hombres nacidos para morir matando romanos en países lejanos conquistados por Roma.
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Mercedes del Pilar Gil #AbuelaTeCuenta   Copyright © 2017 

lunes, 16 de noviembre de 2015

Una Muerte Inesperada!

Tras la reja que me separa de la arena, recuerdo los días felices a muchos pies de distancia de Roma, en la hoy Tracia Romana, donde mi posición holgada, me permitía gozar de privilegios importantes, tales como criados encargados de mi persona, de mis hijos y mi amada esposa.

Mi educación había seguido el camino de las artes escritas, para llevar constancia del legado del reino, sus tesorerías y patrimonio. Un trabajo delicado y pulcro que llevaba con gusto, tratando siempre de ser lo más exacto posible en los cálculos y reseñas patrimoniales.

Jamás recibí entrenamiento armado para no estropear mis manos, que resultaban entonces valiosas y debían ser protegidas de golpes que pudiesen dejarlas lisiadas e inservibles. Las manos de los cuestores, son tratadas como delicadas joyas en mi lugar de procedencia.

Tras la invasión Romana, fui sometido a duros entrenamientos de luchas cuerpo a cuerpo y manejo de espada, red, maza o tridente, y al correcto uso de los objetos de protección: Yelmo, escudo, brazalete y coraza.

Sé que hoy, será mi último día sobre la Tierra pues mis dotes de guerrero son escasas, y mis contrincantes, usan desde niños todo tipo de armas. Han sido entrenados para la lucha por medio de ejercicios que han ido transformando sus cuerpos y sus mentes, en máquinas perfectas para la lucha.

No creo además que si llegase el caso, fuese capaz de ejecutar la última sentencia de ningún condenado, aún saliendo victorioso (caso muy improbable) no podría dar muerte a nadie.

Será la primera vez que exponga mi vida en la arena, y estoy seguro de que será la última. 

Será una liberación para mí esta muerte rápida en la palestra, que librará mi alma y mi cuerpo de esta horrible condena a la que mi vida se ha visto sometida sin remisión, sin vida ni esperanza.

Existe en el hipogeo donde me hallo, un rumor que trasciende desde las altas esferas, sobre un león que esta mañana ha podido alcanzar el Podium, gracias a una biga o carro, que tras perder en la carrera de esta mañana, quedó arrimado al muro que separa las gradas de la arena. Tras hacer huir al auriga, se sirvió del carro como de un trampolín, alcanzando a dar muerte a tres de los ilustres que contemplaban la escena impávidos.

¡Hermosa anécdota para antes de morir!

¡Lástima que no me precediesen más ilustres romanos en mi último viaje!

Desde aquí, no veo las peleas, solo alcanzo a escuchar el graderío siempre exaltado, y cada vez más embriagado de sangre, de la que jamás se encuentran saciados. 

¡Matar y morir… matar y morir!… 

¡Nunca hay bastante sangre para contentar a los sedientos romanos!

Los contendientes que ahora se encuentran en la arena, son los que me preceden. Yo iré tras ellos.

Me anunciarán como el "Cuestor"

Tengo miedo...

Temo que el valor huya de mí, que me abandone antes de la pelea. No quisiera perder la vida corriendo. 

¡Sería vergonzoso! 

¡Sería horrible para mis descendientes el recuerdo de un cobarde!

Alguien grita en el hipogeo…

No entiendo qué dicen…

Oigo los gritos más cerca…

No sé qué ocurre…

Pero… ¿Cómo puedo hacer caso de algo... en la horrible situación en la que me encuentro?

Me han puesto una espada en la mano, y colocado sobre la cabeza un pesado yelmo. 

En el brazo izquierdo me han plantado un escudo.

¡Acogedme, Dioses en vuestros senos!

¡Un centurión grita mi nombre!

       -¡Cuestor!

      -¡Quítate eso y sígueme!

     -¡Debes sustituir a nuestro Cuestor! 

     -¡Que ha resultado muerto esta mañana en el Podium!

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