Se levantó temprano aquella
mañana pese al frío reinante en la calle y dentro de su casa, abandonó el arrullo de su edredón sin pereza, y... raudo, se dirigió hacia aquella dirección que marcaba el periódico en la sección
de: Anuncios por palabras.
Anuncio número 384;
Trabajos bien remunerados.
T. T. & R.
(Trabajo temporal y de riesgo)
Se necesita chico para
escaparate
Cualidades:
Templado, y sin miedo a espacios cerrados.
Sueldo:
Se gratificará por tiempo completo de
permanencia.
El anuncio resultaba un tanto
excéntrico, raro, e implantó en su mente creativa, un escaparate nuevo, “novedoso”
Un escaparate diferente del que
él sería autor único.
Quizá ahora los dioses o las
hadas... o los elfos... o cualquiera de esos raros poderes, estaba por fin de su lado.
El ansia por comenzar le impidió dormir en toda la noche y se la pasó pensando en todas esas cosas que imaginaba, en las expectativas de promoción que le proporcionaría el nuevo empleo, y muy pronto anduvo el camino que, aunque alejado de su domicilio, se le hizo corto; mientras andaba, iba dando
forma en su mente a proyectos inéditos, diferentes a lo que jamás se habría
hecho antes en temas de escaparatismo.
Al poco, se hallaba inmerso en su
nuevo trabajo.
Sería igual que una apuesta, igual que un juego, pensaría en todo momento que aquello no era importante y así intentaría pasarlo bien.
— " ¡Has de tomar lo mejor que te vaya dando la vida!" —
Solía repetir su madre cada vez que le veía dudar o con algún atisbo de desánimo.
— "¡Tú puedes, hijo mío!". —
Le animaba con aquella confianza de madre que de veras ama a un hijo y deposita en él lo mejor de sus sueños.
Pensó en ella.
Ahora que le faltaba, solo le quedaban para recordar, lo mejor de sus palabras.
*
Un enorme tarro como fabricado para dar cobijo a una mermelada gigante, le servía de habitáculo.
— Será un espectáculo maravilloso.
Y el mejor de los experimentos.
Será usted el hombre más famoso de la ciudad (o quizá del mundo). — Explicaba el empleador al impactado empleado, incapaz de percibir con claridad la realidad de aquél trabajo...
— Pasará usted un mes metido en este tarro
No debe usted preocuparse por el aire, pues se lo insuflaremos a través del tapón. — Explicaba el dueño del escaparate displicente, sin dar importancia al motivo, ni al caso.
— Tampoco ha de preocuparse por la alimentación que se la proporcionaremos líquida a través de ese tubo.
Eso sí, No podrá usted salir para ninguno de sus menesteres diarios.
Escuchó muy atentamente todas
las explicaciones… y... como único comentario preguntó:
— ¿Podré fumar? —
Habían pasado ya quince días y el tarro
se había llenado de inmundicia hasta la mitad y ya, le costaba mantenerse en la
superficie y a salvo.
Cada día, el escaparate era admirado por miles
de curiosos transeúntes que paraban, miraban y salían de allí completamente asqueados.
Cada vez que reclamaba con señales
desesperadas e inaudibles la apertura del tapón; la parte contratante, (el dueño del
escaparate) le mostraba a través del gélido vidrio su firma de permanencia
plasmada en el contrato que le obligaría a permanecer en la inmunda prisión por
un tiempo de treinta terroríficos y horriblemente nauseabundos días.
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