La enorme riada, tras arrasar cuanto se le puso por delante, arrastró hacia el pueblo, un brazo incorrupto.
La bajada de las aguas lo dejó como regalo en medio del pueblo, limpio, resplandeciente y atrayente, sobresaliendo entre un montículo de inmundicias.
Pronto, todos los habitantes se acercaron curiosos, arremolinándose en torno al brazo, cuya mano, daba la impresión de estar viva, aunque quieta, sin ofrecer ningún movimiento a los extraños admiradores que cada vez estaban más confiados y animados, rehuyendo cada vez menos a los miedos, y animándose unos a otros a que tocasen el extraño regalo.
Lo que más les llamaba la atención, era la sensación de viveza, de frescura en la piel, y también en el tacto.
Hasta había quién acercaba la nariz para oler desde cerca y su manifestación era de aprobación, llegando a decir que olía bien.
Cualquier médico capaz de examinar aquél hallazgo, aseveraría su estado de buena salud, aún permaneciendo todo el tiempo inerte y dada la evidencia de que le faltaba el resto del cuerpo.
Atraía a todos los habitantes del pueblo, y necesitaban cerciorarse de su magnífico estado tocando, oliendo, mirando...
Juan, no pudo resistirse a la tentación de tocar.
Fue el tiempo transcurrido de un mínimo instante el que aconteció desde que Juan tocó el macabro hallazgo, hasta haber quedando estrangulado por aquella extraña mano.
Los análisis de ADN, dieron como resultado la pertenencia del brazo y de la mano, a un amigo de Juan, desaparecido varios años atrás, durante una excursión que ambos amigos hicieron al bosque cercano en busca de setas.
El misterioso brazo incorrupto, una vez cumplida su esperada venganza, quedó corrupto al instante.
Ya para nada serviría el esfuerzo de aquella lozanía anteriormente mostrada.
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