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miércoles, 28 de junio de 2023

Una historia de amor

Delante de mí, en el tren de cercanías que todos, y cada uno de los días he de coger para ir al trabajo, iba un hombre cuyo semblante, se veía  invadido por una inmensa tristeza.

Por un rato, me quedé observándolo, y como de golpe, llegó hasta mí gran parte de aquella pena que parecía invadirle, así que no pude controlarme más, y tuve que preguntarle sobre un ajado ramillete de pequeñas flores, que llevaba prendido a un jersey de un tono gris claro.

—Buenas tardes; —le dije —¿Va usted a una boda?

—¿Me haces esa pregunta, por este prendido: verdad?—Contestó.

Moví mi cabeza, sin saber muy bien qué contestarle, ya que sus ropas eran pobres, ajadas y tal vez estuviesen un poco más sobadas, de lo que viene siendo normal.

“No, que va, mujer, esto es por un recuerdo. Una vez lo lucí en una boda; `la mía´ Ella era una mujer maravillosa”

Se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque le vi el esfuerzo por no echarse a llorar. La cara se le convulsionó y parecía que la tristeza crecía en su interior a pasos agigantados.  

No me quedó más remedio que pedirle perdón.

—Perdone usted, No pretendía entristecerle.

—No es tu culpa, pequeña, son los recuerdos que vienen a mí y no puedo soportarlo… ¿A ti, quizá tan joven, te será difícil pensar en un amor que te haya destrozado el alma?

Quise protestar, me había llamado pequeña, y además me hablaba de sufrir por amor… Qué poco me conocía… —Pensé para mí, pero no dije nada, debía dejarle hablar a él. Únicamente dije:

—Vaya; lo siento mucho.

—Como te he dicho, ella era una mujer fantástica; maravillosa en todos los sentidos de la vida… Nos conocíamos desde muy pequeños, fuimos juntos a la guardería, después al colegio, y al hacernos mayores, nos amábamos como solo pueden amar los locos, ya que nuestro amor traspasaba la cordura, lo conveniente, lo palpable…

—¿Ella le amaba a usted?

—¡Con la misma intensidad que yo a ella! Habíamos nacido el uno para el otro, y habíamos tenido la inmensa suerte de coincidir desde muy niños…

—Pues,,, No lo entiendo…

—¿Qué no entiendes, hija mía?

—Por qué dice usted que le ha hecho sufrir su amor…

—No, no fue por su culpa. Nos hicimos mayores, y sólo pensábamos en casarnos para  poder estar juntos: unidos, pegados el uno al otro, cono "inseparables".

Pero la vida vino para ponernos trabas. Ella comenzó a sentirse mal, en un principio le daban mareos… Fue horrible. Horrible. 

La vi como se iba poco a poco, pero de prisa… Demasiada prisa… —Al llegar a este punto de su relato, lloró con absoluta pena.

—Lo siento. —dije sin saber qué decirle a aquel hombre deshecho en llanto —¿Hace mucho tiempo de eso? —Le pregunté, sin saber qué otra cosa podía preguntar sin causar más dolor.

El hombre movió la cabeza en modo afirmativo. Y, Al poco volvió a hablar.

—Nos casamos en el hospital, las monjitas le hicieron unas florecillas que le pusieron en al pelo. Estaba bellísima; aunque ella decía que no, que no podía estar guapa, porque la enfermedad, le hacía mala cara, pero ese día no. Ese día estaba muy hermosa, tenía la cara iluminada por la esperanza y la alegría, y fuimos la pareja más feliz del Universo. ¿Qué si la amaba? Más que al sol, y que a  del la luz que desprende al medio día, más que a ninguna riqueza de este, o de otro mundo… La amaba, sí, la amaba como jamás podré amar a nada ni a nadie en toda mi vida.

Pero la enfermedad estaba allí para deshacerlo todo. 

A los pocos días Dios me la arrebató para siempre. Ahora, solo espero el momento de que me toque a mí, que Dios me lleve junto a ella. Sé que seremos felices, allá donde quiera que nos encontremos.

Yo, me confeccioné con las flores de su  pelo este pequeño ramillete, que llevo siempre prendido en mi ropa, que me acerca a ella, me hace sentir que la tengo aquí, muy cerca. 

¡Oh, Dios mío, es que no sabías cuanto la amaba!

Copyright Todos los derechos reservados Mercedes del Pilar Gil sánchez





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