Capítulo XVI de la novela conjunta LA MANSIÓN CROW MIRROR
La
visión del expediente que contenía su nombre no se le quitaba de la mente, ni
le dejó dormir aquella noche.
La
conversación mantenida con Mery karenina le había llenado de una nerviosa curiosidad
que preocupaba su mente hasta tal extremo de hacer doler su cabeza.
Se
tomó un calmante e intentó dormir.
¡No
era posible!
No
dormiría aunque viniese un coro de ángeles a cantarle un nana.
¡Estaba
más que decidido! No habría más remedio que volver. Debía regresar a aquel
lugar lúgubre y maldito. Debía leer qué decían de sí aquellos papeles
descubiertos en el desván.
Sabía
que estarían alerta, que no había podido esconder su presencia en el lugar. Se
puso un pantalón ceñido negro y un jersey del mismo color. Manchó su cara en el
betún que utilizaba para hacer lucir sus botas, buscó entre sus cosas algo que sirviese de gancho… Sacó las perchas
del armario, de las que extrajo una a una su hierro colgador. Arrancó el cable
de la lámpara que reposaba sobre la mesita de noche… Ató todos los ganchos por
su extremo recto, utilizó su sabiduría de pescador para atarlos, igual que
empataba el anzuelo con un nudo extremadamente seguro.
No
se le olvidó forrar con cinta aislante las puntas de los ganchos, sin hacerles
perder la punta, con la única finalidad de atenuar el ruido que en la noche,
hubiera sido suficiente para delatarle.
La
cuerda que consiguió no era demasiado larga pero la haría servir. La haría ser
útil… Todo sería tener que volver mañana.
De
lo que estaba muy seguro es que no cejaría hasta conocer letra a letra el
contenido de ese informe.
El
primer obstáculo con que se encontró, contaba con él de antemano. La verja de
entrada a la mansión. La estudió bien, muy bien aquel primer día que llamó y no
le abrieron, tuvo tiempo suficiente para adentrarla en su mente y estudiarla
profundamente.
Le
preocupaba, el tiempo que hacía que no escalaba, le preocupaba también no tener
el equipo necesario, contaba sólo con lo que había en aquel armario y unas
pocas cosas que traía en su maleta y formaban parte de su equipo detectivesco.
Se
colocó sus guantes de piel, que por suerte, también eran negros.
Trepó
la cancela de entrada ayudándose únicamente de sus manos, sus pies y su buena
forma física.
Corrió
agazapado a través de la amplia explanada que separaba la verja de la casa.
La
noche camuflaba su presencia, envolviéndole en un oscuro anonimato.
Al
llegar frente a la casa, lanzó el gancho, lió a su muñeca el extremo de la
cuerda y pudo trepar hasta la base del balcón de la primera planta.
Debió
ir superando tramo a tramo cada una de las alturas, hasta hacerse llegar a la
altura del desván.
La
claraboya permanecía abierta y su cuerpo la traspasó a duras penas, entonces
pensó en que había engordado y debía cuidarse más, dejar el bourbon e intensificar
sus ejercicios.
Sacó
su linterna de campaña, la misma que utilizó en la guerra, formaba parte de uno
de aquellos recuerdos que tantas veces quiso olvidar.
Se
desplazó con sumo cuidado de no tropezar con nada para no delatarse, aunque su
imagen mental, le podría guiar hasta sin linterna. Peter gozaba de una
exquisita memoria fotográfica de esas que solo poseen los buenos detectives.
Fue
derecho hacia la puerta secreta y sin dudar la abrió con cuidado de no dejar oír
chirridos.
¡No
podía ser!
Se
quedó paralizado al ver que él no era el único que esa noche le había costado
dormir.
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