Es curioso que el recuerdo
de mamá llega a mí ahora, a mis años, acompañado del tejadillo sobre el que
descansaba la ventana de nuestra pequeña buhardilla.
La recuerdo en los días de
lluvia cuando subía a tender la ropa a resguardo de gotas traviesas, deseosas
de volver a remojar la colada.
Recuerdo la
blancura inmaculada de las sábanas restregadas en la bañera sobre una tabla
ondulada y rubia como el cabello de mamá.
¿La
recuerdas tú también querido hermano?
Lástima que
todo en este mundo contenga indefectiblemente un principio y un fin…
Todo, menos
el recuerdo de aquellos días de niñez que permanecerá imperturbable, imborrable;
perdurable en mí hasta el fin de mis días. ¿Sabías que de la memoria lo que
permanece, lo que tardamos más en perder son los recuerdos de la infancia?
¿Recuerdas
el huevo de alabastro que recibió mamá procedente de Rusia, el susto que
produjo abrir un sobre tan pequeño y tan pesado?
Después
todos reímos abiertamente al descubrir la maravilla que quedó al desnudo entre
nuestras manos.
¿Y las
vueltas verbales que dio mamá para describirnos y hacernos comprender el
verdadero significado que contiene en sí la palabra “axioma”?
Creo que
entonces, ella tampoco lo comprendía y era ese el motivo para que no pudiera
concretar su significado con un mínimo de exactitud.
Ahora recuerdo tu carita pensativa
mirándole embobado que, estoy segura aún sin poder verme, que sería entonces un
reflejo exacto de la expresión que mostraba la mía.
Qué
recuerdos más hermosos querido hermano; qué bello es para los hijos poder
recordar por siempre la belleza de una madre.
© Copyright 2017 Mercedes del Pilar Gil Sánchez