Decidió que se lo agradecería en el primer momento
en que coincidiese con él; después de todo, le había ayudado y ella no tenía
modo de hacer algo que significase una reciprocidad…
¿Qué podría ofrecerle ella si no poseía nada más
que sus escritos?
Pensó en regalarle uno de sus volúmenes, un libro
suyo y escrito por ella; después de todo, él había contribuido a que la
presentación de su novela pudiera llegar a suponer el éxito alcanzado precisamente, en su presentación.
Le vio, y con extrema alegría, se dirigió hacia él llamándole…
—¡Señor!
—¿Es usted don… Verdad?...
El hombre de gesto amable, acostumbrado a lidiar con
todo tipo de gente, contestó cortés y un tanto resignado…
—Sí, soy yo
Pese al evidente gesto de resignación que a la
escritora no le pasó desapercibido en ningún momento, decidió desplazarse unos
cuantos asientos en una carpa en la que se producía un debate, para colocarse al lado del hombre amable y agradable que un
día le ayudó.
—Don... supongo que me recuerda; quiero que
sepa que le estoy muy agradecida por su ayuda, en un día que para mí había sido
bastante malo...
Quiero que sepa además, usted, que la presentación de
mi novela ha ido muy bien; que ha sido todo un éxito, he gozado de la compañía
de mucha gente querida, y de personas que no conozco, pero que a partir de ahora, pienso hacer lo posible por conocer, y he gozado con la preciada presentación de dos ilustrísimos escritores.
Ha ido todo
perfecto gracias a usted… ¡Muchísimas gracias!
—Era muy buena fecha.
—Sí, la que usted me había dado.
Muchas gracias. Querría entregarle un ejemplar de mi novela, en agradecimiento por su ayuda.
—Ah, muchas gracias, lo llevaré a la biblioteca — repuso el hombre amable.
—Bueno, ahora que es suyo, puede hacer usted con él lo que desee.
—Ah, ¿que es para mí?
—¡Por supuesto, claro que sí!
—¡Fírmemelo entonces!
La escritora puso algo simple, una dedicatoria que decía más o menos así; "Con agradecimiento"
—¿Es usted profesora? — Interpeló el hombre amable,
curioso
—No, no lo soy.
La escritora relató al hombre casi todo su
currículum de títulos oficiales expedidos por varios institutos de formación
profesional; omitiendo todos los demás títulos de cursos realizados de
enseñanzas complementarias; 21 en total.
—Hubiese jurado que era usted profesora…
—Sí, ya, es algo que me preguntan muchas veces…
Será quizá por algunos de mis relatos infantiles…
Pudiera ser que algunos tuviesen un trasfondo docente; aunque no es esa mi
intención.
Mi intención última, es la entretener al niño, o a quien sea que lea
cualquiera de mis relatos.
—Mi esposa pertenece a la enseñanza, al igual que yo…
—Ah, estupendo.
Será para ustedes algo de lo que
hablar, los alumnos y demás rasgos comunes, llenarán sus conversaciones, y seguro que les unirá
muchísimo.
Supongo que en un matrimonio con los mismos trabajos, la misma
cultura, el mismo afán de enseñanza, no habrá motivos de discordia y será su
relación una balsa única de quieto aceite.
No le pasó desapercibida a la escritora la
puntualización del hombre amable sobre “Mi esposa” el detalle de nombrarla sin
que en realidad viniese a cuento… pero lo dejó pasar…
¿Qué importa una tontería de ese tipo cuando alguien
ha sido amable con ella y cree profundamente que le ha hecho un favor…?
Pensó
para sí la escritora. ¿Para qué iba a dar importancia a algo que no la
tenía?...
Al poco, el hombre cambió de lugar, una mujer a su
lado miraba a la escritora como queriéndole partir la cara con su mirada.
El
hombre amable, al volver a pasar por su lado, miró hacia otro lugar, nervioso,
y no queriendo volver a saber nada más de esa escritora que un día quiso
agradecerle un buen gesto.
Al día siguiente, la mujer volvió a verla en el
mismo contexto y la volvió a mirar del mismo modo que la miró el día anterior.
El hombre, antes amable; volvió a torcer la cara
hacia el lado opuesto al que se encontraba la escritora firmando sus libros…
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