Tras
la reja que me separa de la arena, recuerdo los días felices a muchos pies de
distancia de Roma, en la hoy Tracia Romana, donde mi posición holgada, me
permitía gozar de privilegios importantes, tales como criados encargados de mi
persona, de mis hijos y mi amada esposa.
Mi
educación había seguido el camino de las artes escritas, para llevar
constancia del legado del reino, sus tesorerías y patrimonio. Un trabajo
delicado y pulcro que llevaba con gusto, tratando siempre de ser lo más exacto
posible en los cálculos y reseñas patrimoniales.
Jamás
recibí entrenamiento armado para no estropear mis manos, que resultaban entonces
valiosas y debían ser protegidas de golpes que pudiesen dejarlas lisiadas e inservibles. Las manos de los cuestores, son tratadas como delicadas joyas en
mi lugar de procedencia.
Tras
la invasión Romana, fui sometido a duros entrenamientos de luchas cuerpo a
cuerpo y manejo de espada, red, maza o tridente, y al correcto uso de los
objetos de protección: Yelmo, escudo, brazalete y coraza.
Sé
que hoy, será mi último día sobre la Tierra pues mis dotes de guerrero son
escasas, y mis contrincantes, usan desde niños todo tipo de armas. Han sido
entrenados para la lucha por medio de ejercicios que han ido transformando sus
cuerpos y sus mentes, en máquinas perfectas para la lucha.
No creo además que si llegase el caso,
fuese capaz de ejecutar la última sentencia de ningún condenado, aún saliendo
victorioso (caso muy improbable) no podría dar muerte a nadie.
Será la primera vez que exponga mi vida en la arena, y estoy seguro de que será la
última.
Será una liberación para mí esta muerte rápida
en la palestra, que librará mi alma y mi cuerpo de esta horrible condena a la
que mi vida se ha visto sometida sin remisión, sin vida ni esperanza.
Existe
en el hipogeo donde me hallo, un rumor que trasciende desde las altas
esferas, sobre un león que esta mañana ha podido alcanzar el Podium, gracias a
una biga o carro, que tras perder en la carrera de esta mañana, quedó arrimado al muro que separa las gradas de la arena. Tras hacer huir al auriga, se sirvió
del carro como de un trampolín, alcanzando a dar muerte a tres de los ilustres que
contemplaban la escena impávidos.
¡Hermosa anécdota para antes de morir!
¡Lástima
que no me precediesen más ilustres romanos en mi último viaje!
Desde
aquí, no veo las peleas, solo alcanzo a escuchar el graderío siempre exaltado, y cada vez más embriagado de sangre, de la que jamás se encuentran
saciados.
¡Matar y morir… matar y morir!…
¡Nunca hay bastante sangre para
contentar a los sedientos romanos!
Los
contendientes que ahora se encuentran en la arena, son los que me preceden. Yo
iré tras ellos.
Me anunciarán como el "Cuestor"
Tengo miedo...
Temo
que el valor huya de mí, que me abandone antes de la pelea. No
quisiera perder la vida corriendo.
¡Sería vergonzoso!
¡Sería horrible para mis
descendientes el recuerdo de un cobarde!
Alguien
grita en el hipogeo…
No
entiendo qué dicen…
Oigo
los gritos más cerca…
No
sé qué ocurre…
Pero…
¿Cómo puedo hacer caso de algo... en la horrible situación en la que me encuentro?
Me
han puesto una espada en la mano, y colocado sobre la cabeza un pesado
yelmo.
En el brazo izquierdo me han plantado un escudo.
¡Acogedme, Dioses en vuestros senos!
¡Un centurión grita mi nombre!
-¡Cuestor!
-¡Quítate eso y sígueme!
-¡Debes sustituir a nuestro Cuestor!
-¡Que ha resultado muerto esta mañana en el
Podium!
Ya no debería de sorprenderme, pero sí, lo has logrado otra vez más.
ResponderEliminarConsigues que un relato tan corto parezca una gran novela histórica.