Felipe, ha sido desde siempre un niño
precioso y rubio con ojos color de cielo, su boca pequeña de labios
carnosos, facciones suaves, nariz respingona y graciosa que endulza
aún más ese, su rostro tranquilo, de dulzura sonriente...
Ha mostrado precocidad el pequeño en
renovar sus incisivos de leche, a los que siguieron unas hermosas
paletas blancas y bien formadas que fueron premiadas con halagos por
todos sus familiares, y hasta el ratoncito Pérez que se había
apresurado en llevarse a la ciudad de los dientes perdidos aquellos
pequeños dientes lactantes, faltantes hoy en su boca, se frotaba
las patas delanteras pensando en que algún día pudiera llevarse
aquellas hermosas paletas.
Al parecer, desconoce Pérez, que se
trata de “dientes permanentes” que han de dar comienzo un tanto
prematuros, al estado adulto del chico…
Lo más terrible ocurrió llegado el
tiempo de la comunión de Felipe, cuando por pura casualidad, pasó
su lengua por la encía derecha…
¿Qué era aquello que interrumpía la
uniformidad de su mandíbula?
Corrió el pequeño hacia un espejo,
levantó con su dedo índice el labio superior para dejar a la vista
la parte más alta de la encía, y ver en medio de un estupor
increíble, el blanco asomo un diente por encima de un canino de los
nuevos…
— ¡Mamáaaaa!
— ¿Qué pasa hijo?
— ¡Mira! — dice el niño
señalando aquél puntito blanco casi imperceptible, que comienza a
despuntar del rosado rojo que le rodea…
— Vaya por Dios, ahora que llega tu
comunión ya no podrás reír para las fotografías.
Notó felipe que sus mejillas se
llenaban de calor, volvió a mirarse al espejo, y…
No parecía posible que en tan poco
espacio de tiempo el blanco asomase con mayor contraste e impusiese
mayor obstáculo para su lengua.
— ¿Qué le ocurre a Felipe? —
Pregunta el padre.
— Nada, Antonio, que uno de sus
dientes ha desviado el camino…
Fíjate tú, a ver qué hacemos ahora
con las fotografías…
— Déjame ver… Eso no es nada hijo
mío.
¡Valiente tontería!
¡Si el niño tiene que reírse que se
ría!…
¡Hasta ahí podríamos llegar…
Estaría bueno!...
¡Esas fuesen las desgracias que le
vayan a suceder en su vida…
¡Tontadas, no son más que vulgares
tonterías!
Pese a la displicencia y la amplitud
de aspavientos de su padre “Antonio” a Felipe lo le resonaban
como montadas en una rueda que gira y gira, son aquellas palabras de
su mamá:
“No podrás reír en las
fotografías”
Desconocía por entonces, que aquél
blanco creciente, tubiese la fuerza de enturbiar su personalidad y
hacer de él un niño distinto para siempre. Lo supo a la mañana
siguiente, cuando llegó al colegio, y su mano derecha acudía a su
boca de forma automática para tapar esa parte incómoda que pudiera
asomar a su conversación o a su sonrisa.
Su labio superior aprendió enseguida
técnicas de camuflaje que ni siquiera Felipe pudiera jamás pensar
que esa parte de su boca pudiese tener en cuenta con tanta rapidez y
maestría.
Aún que… pese a todas estas
estrategias, quizá en algún descuido de la mano o del afanado labio
del chiquillo, el entremetido de Alberto, se ha dado cuenta del
diente incipiente, y…
Como no; gritó en medio del recreo
apercibiendo a todos los amigos de la especial blancura…
— ¡Felipe tiene un diente en la
encía!
— ¡Pues claro, igual que tú! —
Sale en su defensa Alicia
— ¡Que no, que lo tiene encima de
la encía!
Yo los tengo por debajo de la encía…
So espabilada —
— ¿A ver? —
Se interesan todos haciendo remolino
en derredor de Felipe, a lo que él contestó cerrando con mucha
fuerza su boca.
No pronunció palabra en todas las
horas posteriores que quedaban de colegio, y hasta recibió un
castigo de su maestra por desobediencia, al no responder a ninguna de
sus preguntas…
El carácter del pequeño se
ensombreció desde ese primer minuto de ese mismo día, no salía a
jugar al patio con excusas de tener que estudiar, y si sus maestros
protestaban, lloraba en niño y le dejaban en la sala del señor
director, aquella media hora de asueto; se encerraba durante horas en
su habitación, mientras que el diente, cómodo con el lugar elegido
para su brote, emergía al exterior sin más trabas que las de
dejarse llevar por el paso del tiempo.
Felipe, cada vez más taciturno, huía
de los espejos, de los amigos, y también del colegio… Siemrpe
tenía una excusa para obviar cuanto expusiese al mundo, su
impertinente diente.
Alicia, su compañera de clase se
preocupaba por él, llamándole por teléfono, escribiéndole
mensajes por el whatsapp, e interesándose por los problemas de mates
que siempre a ambos, les habían preocupado.
— ¿Qué te parece si estudiamos
juntos?--- Propone Alicia mostrando gran interés.
— No hace falta que te sacrifiques
por mí, Alicia; de verdad que no.
— ¿Desde cuando estudiar juntos dos
amigos supone un sacrificio?
¿Voy a tu casa, o vienes tú a la
mía?… No aceptaré un “no” por respuesta.
Sólo has de decirme a qué hora…
Quedaron aquella tarde, y la tarde
siguiente, y la mamá de Felipe, llegadas las cinco de la tarde, les
ponía un bocadillo grande de merienda; tiempo que los pequeños
aprovechan para charlar de sus cosas.
Ha observado Alicia en que en esos
momentos de relajar sus mentes, la de su amigo, se distiende y olvida
de tapar con la mano o con el labio superior, el semáforo blanco que
intenta poner obstáculos a la preciosa sonrisa del chico. Ella, le
mira embobada, a los ojos, a la boca… Le embelesan sus palabras,
mientras que él parece no darse cuenta de la atención de la chica…
Parece… A no ser por ese ligero
rubor que cubre sus mejillas…
En uno de esos instantes de especial
brujería, se acercan las caras y le besa la niña.
Perdona Felipe, ha sido un impulso que
no he sido capaz de reprimir… Eres tan guapo…
Felipe, enrojeció de vergüenza y…
su movimiento instintivo volvió a tapar aquél diente desabrido y
displicente.
— Me encanta ese diente que asoma de
tu encía.
Es tan gracioso, y me gusta aún más
ese punto de pilluelo que proporciona a tu rostro de rubito
angelical.
Felipe sonrió con la mejor de sus
sonrisas.
Hacía tiempo que no recibían la luz
sus paletas, y mucho menos, el subsodicho diente.
©Mercedes
del Pilar Gil Sánchez
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