Lo que más le gustaba a Pablo de aquella actividad,
eran los golpes secos y constantes que daba el martillo sobre el latón que cubría la estructura del
cohete.
Llevaban días trabajando y ya iba tomando la
forma de bala que según papá era necesaria para que la fricción del aire sobre su estructura fuese
la mínima y le permitiera adquirir la velocidad suficiente y necesaria para un viaje rápido y efectivo.
De cuando en cuando, papá, dejaba de golpear la
chapa para alejarse y contemplar su obra desde lejos.
- - ¡Un momento papá!
-
¡Ven y míralo desde aquí!
-
¿A que parece un supositorio? -
Su papá dejó el constante y acompasado golpeo para
contemplar desde lejos el reluciente cohete.
Era una vista cegadora la que se contemplaba
desde allí. El sol ansioso por participar en tan hermoso proyecto, también golpeaba en la chapa de latón y se reflejaba en ella
cegándoles con incesantes destellos.
Tenía razón Pablito, desde lejos, era la visión brillante de un
enorme supositorio.
Pensó entonces papá en la aerodinámica, y en los
posibles errores estructurales cometidos.
Volvió a mirar el cohete, e indulgente con su trabajo dijo lo siguiente:
- - ¡En ese supositorio, viajaremos a la Luna!
-
¡Tú y yo Pablito!
-
¡Iremos juntos a la Luna! –
Pablito, se rebosaba de felicidad, soñaba
despierto, y al llegar la noche e irse a dormir, soñó dormido. Soñaba con el día
en que pusiera su pequeño pie en la luna y disfrutaba tanto de su fantasía de sueño… Que no quería
despertar.
En la
noche, Pablito, sufría micro-despertares e intentaba volver a dormir sin interrumpir su
sueño viajero, había cogido tanta práctica, que su sueño se continuaba justo
en el momento en que lo había dejado antes de la interrupción.
Al llegar la mañana, cuando se levantaba, contaba sus mil y una
peripecias vividas en sueños, en aquella Luna blanca, brillante, y maravillosa.
***
Por fin, la nave estaba terminada y los
tripulantes preparados para el viaje.
El traje espacial, estaba compuesto por un casco
integral de motorista, y un mono blanco de pintor. Cinturón de herramientas, y
unos cuantos tubos insertados en botellas de agua que recorrían sus espaldas, pasando por encima del hombro, hasta llegar a la boca.
El cohete, se hallaba instalado en el desván de la
casa, justo bajo la claraboya desde donde se podía contemplar una hermosa luna llena,
redonda y blanca con toda nitidez.
El papá de Pablito, apagó la luz del desván justo antes
de entrar en la nave.
Unos tremendos estruendos mezclados con estridentes luces intermitentes, hicieron retumbar el supositorio.
- - ¡Es el momento de la ignición!
-
¡Prepárate Pablito que ya despegamos! -
Pablito se agarró muy fuerte a su papá para
sentirse protegido.
Este viaje no era como el de los sueños, éste daba
miedo y necesitaba de la protección de papá, después de todo, sólo tenía seis
años. Tampoco había necesidad de ser tan valiente, así que se aferró muy fuerte
a su padre.
- - ¡Ya está! -
Informó papá para dar tranquilidad al pequeño.
- - ¡Ya estamos de viaje! -
Las imágenes que se veían por la pequeña
ventanilla a la que Pablito pegó su nariz hasta que se le quedó aplastada, eran
maravillosas, estrellas, cometas, asteroides y luces de colores parecidos a las
luces de neón que había visto tantas veces en los intermitentes carteles de comercios en la calle Real.
Al llegar a la luna, la nave se posó sin
ningún problema. Bajaron por el lado opuesto al que habían subido.
Dieron un paso fuera de la nave y Pablito vio
muy emocionado como la huella de su pie quedaba marcada en el suelo lunar que se parecía muchísimo a la arena de la playa.
Papá
sacó de su bolsillo el móvil e hizo inmortalizar el tan especialísimo momento.
Papá regresó a la nave con movimientos etéreos
que le despegaban a cámara lenta del suelo. Pablito le imitó, y hasta sintió la fuerza de gravedad lunar, tan diferente a la de la Tierra...
Su viaje de regreso fue mucho más corto.
- - ¿Volveremos a la Luna mañana Papá? –
- - Volveremos siempre que quieras Pablito –
Contestó el papá mientras alargaba su brazo para apagar el proyector.
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