Adelina,
esta mañana se levantó presurosa, tenía tantas cosas pendientes…
Había tanto
por hacer, y quería dejar todo hecho en el hueco de la mañana, así que bulló de
prisas y ligereza, sin detenerse en detalles ni meticulosidades, estaría todo
listo y recogido a las dos de la tarde.
La plancha,
las habitaciones, el salón, la compra, la comida, la lavadora…
Saldría
mientras la lavadora giraba a su antojo de derecha a izquierda y de izquierda a
derecha.
La oyó
coger agua después de haberla llenado de ropa e introducir en sus correspondientes
depósitos, detergente, suavizante y un poco de lejía.
Salió
tranquila de casa, estaba segura de que todo, absolutamente todo saldría
perfecto en el día de hoy.
Cuando
regresó de la compra, la lavadora había terminado su trabajo con toda
eficiencia, le había dado un centrifugado superior y únicamente le haría falta
poner toda la ropa a secar.
Se encontraba
feliz, había salido a comprar y se había acercado a la consulta médica, donde
debía recoger unas pruebas que la tenían un tanto preocupada.
El médico
la tranquilizó, informándole de que todo estaba perfecto, y que no debía temer
nada en absoluto.
Isabela, la
vecina del cuarto, dos pisos más arriba de dónde vivía Adelina, había
decidido que ya no aguantaba más aquellos cordeles de la ropa hechos girones,
deshilachados y roídos, así que decidió cambiarlos. Comenzó a hacerlo un rato
antes, y no tuvo que utilizar herramientas, era suficiente con sus propias
manos.
Se dio
cuenta de que Adelina salía a tender, pues desde arriba se podían ver todos
los tendederos que quedaban por debajo del suyo, todos a la perfección.
— ¡Adelina!
— ¿Qué
te ha dicho el médico? –
— ¡Que
está todo bien! –
— Me
alegro mucho. –
— ¿Y
tú Isabela?… -
— ¿Ya
has puesto los cordeles nuevos? –
— ¡Sí,
y ya he terminado! –
— ¡Sólo
me queda cortar este trozo de cordel sobrante! –
— ¡AAAAaaaaAAAhhhhhhggggg!
–
— ¡ADELIIIIIIINAAAAAAaaaaa!
–
— ¡Ay,
señor… Se me han caído las tijeras! –
Isabela,
cerró la ventana con sigilo, agachándose en el trozo de pared que quedaba entre
el suelo de terrazo y la ventana, para no ser vista por los vecinos de
enfrente, que acudieron a sus respectivas ventanas para observar como Adelina
trataba inútilmente de respirar atravesado su cuello con unas tijeras
enormes de cocina.
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