Hace dos días, le compré a mi niña un
pijama – disfraz para la noche de Halloween con el que simulará ser una rica calabaza…
Le ha encantado, y al ponérselo esta
noche ha cantado tremendamente contenta…
¡Soy una calabaza!
¡Soy una calabaza!
Mientras que salta sobre la cama sin
querer dormirse. Nos dieron las tantas de la madrugada cuando por fin fuimos capaces de
descansar a pierna suelta, presos de la resaca emocional de mi chiquitina.
A la mañana siguiente nos despertamos tarde, sin prisas, puesto que se trata de la celebración de un día festivo, y no nos había dado tiempo de desperezarnos cuando echamos de menos los gritos y ruidos cotidianos que suelen acompañar a nuestra pequeña. Reinaba aquí, un silencio sospechoso que venía a encoger el ánimo de toda la casa, y ese ha sido el hecho desencadenante para que se desatase en nosotros, una angustiosa alerta.
“¡Nena!
Nenita… ¿Estás despierta?”
Grité desde el pasillo, al tiempo que
abrí la puerta de su habitación…
Creo que mis gritos han sido escuchados en el resto del vecindario…
¡Ahhhhh!
¡Nena, nenita!...
Grité aún más fuerte agitando una calabaza inflable
y enorme que descansaba sin dar más importancia al hecho, sobre la cama de mi
pequeña…
La abracé, abracé a la calabaza con
todo mi cariño y llena de frustración materna me desgañité nombrando a mi pequeña…
Anita… cariño, vuelve a ser tú… Te
quiero mi pequeña; por favor, regresa con mamá… ¡Regresa Anita; regresa!...
Mis ojos no veían detrás de
tantísimas lágrimas que mojaban mi pijama hasta llegar para descansar sobre mis pies
descalzos…
De pronto la escuché...
“¡Mamá”
Miré a la calabaza desconcertada,
pues su boca seguía estática, sin una pizca de movimiento…
“¡Mamá!”
La volví a escuchar decir… Entonces por pura
intuición se me ocurrió mirar bajo la cama…
“Hola mamá”
Sonreía mi pequeña bajo la cama con
una chocolatina en su mano derecha, y toda su cara embadurnada de marrón chocolate.
No fui capaz de sostener el llanto
producido por aquella tremenda angustia convertida en emocionante alegría.
La besé mil veces…
¡Te quiero, mi preciosa muñequita de
chocolate!
Le dije... y enseguida, mi corazón dio un vuelco de nuevo...
¿Y si volvía a suceder?... Nació en mi mente un nuevo temor y una nueva imagen de chocolatina gigante con la cara de mi niña...
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©Mercedes del Pilar Gil Sánchez
#AbuelaTeCuenta