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viernes, 30 de diciembre de 2016

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Feliz 2017


Navidad en suelo Extraño

El camino se había hecho extenuante, fardos, maletas, los pequeños, que en tantas ocasiones se habían escurrido de los brazos durante la marcha a pie, en infinidad de ocasiones se habían quedado dormidos y habían caído como sacos carentes del sostén que a los humanos nos suelen proporcionar las piernas.

Sus oídos se habían acostumbrado a grandes estruendos de misiles, ruido de bombarderos, helicópteros, tanques… Sus papilas gustativas, se habían hecho al sabor de la pólvora y polvareda de escombros que en todo momento conseguían hacerse rechinar entre sus dientes… Sus retinas, endurecidas por la impotencia habían grabado el dolor, la carne dividida, la evisceración, o desentrañamiento, el brotar de la sangre, las más horribles y diversas formas de muerte se guardaban una y otra vez en el recuerdo de los infantiles cerebros…


La llegada al recinto cerrado fue vivida como un logro, una alegría, una esperanza de Navidad en una noche de Nochebuena… El suelo extraño ofrecía un remanso vallado que negaba la libertad y las comodidades de una casa al uso, más… por el momento, librarían a sus bocas del destructivo sabor y masticado de pólvora.
©Mercedes Del Pilar Gil 
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Una Navidad en Familia



Con todo el amor de madre y esposa, preparó la cena de Navidad y colocó la mesa con el mayor de los esmeros.

Cuatro platos, cuatro copas, cuatro cubiertos… sin obviar los adornos navideños que tanto gustaban a Rosa, su rosita preciosa a la que llevaba más de cuatro meses sin poder besar; sin poder desearle buenas noches, y arroparla, haciendo de éste, un momento para departir sobre cómo se habían dado sus pequeños acontecimientos de sus día a día.

Rosita había desaparecido sin dejar rastro el mismo día en que cumplió los dieciocho años tras la fiesta, a la que acudieron además de ella, todos sus amigos.

El último recuerdo de la madre quedó grabado a fuego en su mente en un lugar privilegiado, del que jamás podría desaparecer.

Consistía tan importante recuerdo en una simple imagen de su hija, cuando tras haberle dado un beso y decirle:

“No vuelvas tarde mi niña”

Ella, su Rosa, su niñita del alma, le dedicó una complacida, aunque enigmática sonrisa, en la que aún dejando a la vista sus hermosos dientes, no implicaba el gesto a sus ojos, y Beatriz conocía muy bien a su pequeña; conocía como nadie sus sonrisas “verdaderas”.

No le gustó el gesto, aunque...Ni por un instante, podría pensar en que no volvería a verla.

Comenzaron las apariciones en televisión, en la radio, los carteles pegados en farolas, reproducción de su figura en desesperados llamamientos en redes sociales…

Las discusiones en casa.

“¡Tú eres la culpable, tú que la consientes todo!”

“¡Tú, que le has dado alas y la has dejado salir con quienes no le convenían!”

Reproches que siempre hacían referencia a ella, su madre, a los amigos, al entorno externo a la casa familiar…

Su esposo, jamás caía en la auto culpa, o en pensar que la represión muchas veces da lugar a la evasión, al desespero o a la "desaparición".

Beatriz tampoco se paraba a pensar en nada más que en el recuerdo de su niña, en su sonrisa, en que quizá hubiese un posible posible mensaje implícito en su último gesto…
*

El repetitivo pensamiento le hizo cambiar su último mensaje televisado. No lo dirigió al público como hizo con los anteriores, si no que... Lo personalizó en su hija:

“Rosita, mi querida niñita… Entenderé que no desees regresar. Dime únicamente, que en donde estás, te encuentras a gusto y bien”

Se sentaron a la mesa sin deseo, sin ganas de celebración, todos, menos Beatriz en quien la ilusión se había renovado, en ese día y en esa mesa. Los miembros restantes de la unidad familiar no comprendían el extraordinario cambio de actitud de mamá.

—¿Qué ocurre mamá, sabes algo que no sepamos?—preguntó Manuel, su hijo mayor y, Beatriz contestó con la misma sonrisa que recordaba impresa en su última imagen de la cara de su Rosita.

Tras la cena, la sonrisa enigmática, se había borrado del rostro de la madre, había regresado el que desde hacía cuatro meses, era todo un rictus de tristeza…

En el salón de su casa únicamente reinaba el silencio que a las doce en punto, fue transgredido por una estridente llamada telefónica con un número desconocido, de esos que nadie en casa contestaba. Beatriz corrió a recibir la llamada y, justo antes de contestar, regresó a su cara la sonrisa, y la esperanza.

—¡Estoy bien mamá! Y... Me siento a gusto donde estoy.

Fue la única frase que reprodujo el teléfono en aquella llamada.



©Mercedes Del Pilar Gil 
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jueves, 29 de diciembre de 2016

Una Carta a los REYES

Lo que más le gustaba a Pablo de la Navidad, es que llegasen los Reyes Magos cargados con sus regalos. Les había enviado su carta hacía unos meses, y la había rectificado periódicamente según iba recordando las cosas que más le gustaban…

En su imaginación, podía ver a Sus Majestades cargados con sus juguetes, convirtiéndolos en miniaturas flexibles y ligeras para pasarlos a través de la chimenea de su casa. Resultaba gracioso en su mente Melchor miniaturizado, montado en su coche eléctrico, que antes de entrar en la chimenea era grande, pesado y, ocupaba por entero la cabalgadura del camello…

¡Cuánto le gustaría ver a los Reyes trepar para salir, después de dejar sus juguetes!…

Una llamada a la puerta distrajo sus pensamientos…

Su tía Oliva llegaba acelerada y nerviosa…

—¡Mamá no podrá venir a la cena de navidad!—comentó Oliva con preocupación que dejaba traslucir a través del tono, la gesticulación y el gesto compungido de su cara.

Una preocupación que transmitió a Pablo de inmediato…

¿Qué le había pasado a su abuela?...

Se agarró a la falda de su tía intentando llamar su atención, en busca de… esa frase que le hacía sentirse tan especial… "¿Quién es mi sobrino favorito?"...

Sin embargo… hoy, su tía no parecía verle… No le miraba y lo más que llegó a decir fue:

—¡Hola, Pablito!—

La voz de mamá sonó entristecida, y contenía además un tono de alarma…

—¿Qué le ha pasado a mamá?—preguntó la mamá de Pablo a su hermana Oliva…

—Se ha caído y se ha hecho daño en la rodilla. Debe guardar reposo y no podrá salir del pueblo…

Pablo que ahora poseía toda la información, se puso manos a la obra… Había que solucionar aquello como fuese…

Queridos Reyes Magos:

¡Esta es la carta verdadera!...

¡Esta, es mi carta!… 

¡La de verdad!!!!…

¡No necesito juguetes… 

¡Necesito a mi abuela!!!

©Mercedes Del Pilar Gil 
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sábado, 24 de diciembre de 2016

La bolsa de Papá Noel

—Dinos Merceditas… ¿Es cierto lo que se dice en las noticias?
—No sé, estoy castigada en mi habitación sin poder ver la tele.
—Pero… ¿Es cierto lo que dicen de ti y de Papá Noel?
—¡Desconozco qué pueden decir de ese chivato!
—¿Chivato?
—Si, sí… ¡Chivato!
—Pero… Merceditas… Se trata de Papá Noel… Él no puede ser un chivato…
—¡Sí que lo es. Es un chivato y un mentiroso! O si no… Cómo llamaría usted a alguien que sale corriendo hacia la habitación de tu mamá, la despierta a gritos y le dice:
"¡Señora… Señora. Su hija me ha quitado la bolsa mágica de juguetes!"
¡Pues es un chivato!...
—Pero… ¿Tú le has quitado a Papá Noel su bolsa mágica de juguetes?
—Bueno… yo… No… ¡Yo, sólo he tirado de la cuerda!
—¿De qué cuerda?
—¡La cuerda en la chimenea!…
—Y… ¿Quién ha puesto la cuerda Merceditas?
—La puse yo, para que cuando saliese el "Chivato" ese de regreso, tras dejarme ésta minucia de regalo... cortar el paso de su bolsa. Quería ver cómo funcionaba, y saber si es mágica. Necesitaba comprobar si su contenido de juguetes es realmente inagotable.
— Chiquilla... Merceditas... No llames minucia a un ordenador... Dime... ¿Es inagotable la bolsa?... ¿Realmente Lo es?
—Pssss… ya he dicho que Noel es un chivato. Mamá me quitó la dichosa bolsa, para devolvérsela a ese señor…
—Merceditas… las niñas han de ser respetuosas… Su nombre es “Papá Noel”
—¡Para mí es "Noel el chivato" y… Punto!
—¿Cómo justificas las noticias de que todos los niños del mundo se han quedado sin juguetes el día de Navidad?...
—¡Ah! Yo… Sobre eso, no pienso decir nada!…
—¿De verdad... Devolviste la bolsa?
—¡La devolví... Devolví una bolsa, sí!
—Se ve cómodo ese inmenso puff rojo con ribetes dorados en el que estás tumbada… 
—Es un regalo de Navidad que ha pedido para mí, mi mamá.
—Está muy completa tu habitación… No te falta un detalle. Se ve ahora que has abierto la puerta de tu armario, para enseñarnos el ordenador, una televisión, consola de vídeo juegos… Parece como si ese chivato "que tú dices" se hubiese pasado por aquí en varias ocasiones estas navidades…
—Bueno… No sé… me niego a contestar.


Noticias de última hora: 
En la cafetería central de nuestra ciudad, se encuentra un anciano desesperado, vestido de Papá Noel rasgando con un cutter un enorme puff rojo, desparramando por el suelo del establecimiento su relleno de "perla virgen de poliestileno" mientras iba repitiendo sin  parar: 
¿Pero qué le ha pasado a mi bolsa mágica? ¿Dónde ha ido a parar su abertura?... ¿Por qué se han convertido en bolitas los juguetes? 
¡Esa niña! Ha sido la niña... ¡La niña! Ha tenido que ser ella! ¡Devuélvele la magia a mi bolsa! ¡Devuélvele la magia! ¡Merceditassssssssss!!!

¡Buaaaaaaaaaaa! Buaaaaaaaaaa! Buaaaaaaaa!!!

Minutos después, se ha visto llegar una ambulancia que al parecer, ha desalojado al viejo impostor trasladándolo a un sanatorio mental, donde permanecerá encerrado por periodo de un año, contado a partir de la fecha.

©Mercedes Del Pilar Gil 
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viernes, 23 de diciembre de 2016

Un timbre de bicicleta

La cara de Manolito se descompuso de pronto. Aún no se había desperezado y por un momento tuvo dudas de si continuaba dormido, y se trataba de una horrible pesadilla lo que estaba viviendo.

Puede que al no haberse vestido y tener puesto aún el pijama, su sueño no hubiese advertido de que ya se había despertado. Movió piernas y brazos y repitió en voz alta como un poseso…

¡Eh, que estoy despierto… Despierto… Que ya me he despertado… Párate ya, sueño!!!

Su mamá se levantó asustada por los gritos que invadieron su habitación a tan tempranas horas de la mañana. Llegó apresurada, y se quedó observando en el hueco de la puerta que da a la cocina.

—¿Qué pasa Manuel?—preguntó desde su posición un tanto oculta por la escasa luz que prestaba la vecina bombilla a la oscuridad del pasillo.

—¡Le estoy diciendo al sueño que ya estoy despierto… para que pare!

—Ah…—contestó la mamá intentando comprender a qué venía tanta agitación de brazos y piernas, tantos gritos que en la oscuridad sonaban multiplicados por varias veces su ya estridente sonido.

—Se lo digo mamá, pero el sueño no me hace caso, se cree que sigo dormido…—Volvió a explicar el niño, al darse cuenta de que su mamá no comprendía nada de nada.

—¿Pero qué pasa Manolito?

—¿No le he pedido a Papá Noel una bicicleta?

—¡Sí, ambos escribimos la carta!

—¡Pues mira lo que me ha traído!

La mamá abrió muy grandes los ojos con intención de ver mejor de qué se trataba. Si miraba con atención, seguro que sabría el por qué de tanto aspaviento. Los ojos se abrieron aún más al quedarse sorprendida e incrédula; mientras Manolito señalaba la chimenea, en la que únicamente se encontraban rescoldos de un antiguo fuego y una bola de plástico transparente del tamaño de un balón de futbol, adornada por uno de sus extremos con una especie de flor de pascua sintética. En su interior parecía flotar un timbre atornillado a una abrazadera metálica, de esas que se acoplan al manillar de las bicicletas…

Manuel no pudo evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos… la inmensa pena y frustración que devoraba al niño en ese momento, se convirtió en agua de sabor salobre, que como una catarata después de la lluvia, se fugara de sí a través de sus ojos. No quería llorar… Preferiría no llorar el día de navidad, pero aquello no era para menos.

—¡Vamos, Manuel… No llores… La bola tiene un papelito colgando… ¿Lo has leído?

—¡NO LO PIENSO LEER!

—¿Te lo leo yo?...—preguntó la mamá con la más cariñosa de sus voces, con el mayor de los cariños impreso en su cara.

—No me lo leas mamá, ya imagino lo que dice… Que he sido malo… O algo parecido a eso…—dijo muy seguro Manuel sin poder parar de llorar.

La mamá cogió la inmensa bola transparente entre sus manos, leyó el papel que venía adherido a ella por un pequeño trozo de tira adhesiva tranlúcida, y lo leyó en voz alta:

—¡Tira del cordel!

Era lo que decía aquel escueto mensaje.

¡Vamos Manuel, haz caso al mensaje… Te dice que tires del cordel!
La mamá de Manuel permanecía en cuclillas sujetando la bola, pero sin poder desplazarla, un cordel impedía su alejamiento, era como un barco atracado a un muelle al que no se le hubiesen soltado las amarras.

¡Acércate, Manolito, tira del cordel!—Animó la mamá

Las cataratas de sus ojos por fin se animaron a parar de verter agua. Se acercó Manuel, cogió el extremo de cordel pegado al balón transparente y tiró hacia sí con suma delicadeza, poco a poco fue emergiendo de los aparentes rescoldos un manillar plateado con un lugar específico en el que encajaría sin lugar a dudas el timbre, al imprimir un poco más de fuerza, fue asomando el resto de la tan esperada bicicleta.


Pegado al sillín, Papá Noel, el día de Navidad se había dejado olvidado su gorro rojo de borlón de nieve blanca y debajo, una especie de cartel que decía: “Para Manuel por haberse portado bien, durante todo el año”

 ©Mercedes Del Pilar Gil 
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El regalo de Dios

Un relato real, dedicado a mi sobrina Gema

Se me había caído encima el mundo entero. Quizá después de hoy, la vida careciese de sentido para mí.
Mi niño, mi amor, mi razón para la vida, presentaba unos síntomas desconocidos y de extrema gravedad, amaneció cansado, falto de fuerzas, se había orinado encima y… pese a beber abundante agua, presentaba muestras de deshidratación.
La premura del médico de urgencias en derivarme a un especialista de urgencia, logró acentuar mi preocupación, aunque no tanto como cuando llegué ante la presencia del citado especialista en endocrinología, que tras un primer contacto supo ver enseguida qué le ocurría a Manuel.
Sus explicaciones sonaban en mis oídos como verdaderos galimatías que me era imposible comprender.
No se me ocurrió otra cosa que encomendarme a Dios y pedirle ser capaz de asimilar las instrucciones, descifrar sus trabalenguas, poder comprender cómo atender a mi pequeño…
Entonces, apareciste con tu tranquilidad de madre experta en hacer de lo especial cotidiano, de lo irregular regular, de convertir el dolor en optimismo…

Lo supe en cuanto te vi, pese a ser tú una madre en las mismas circunstancias que las mías… supe ver que… ¡Tú eras mi regalo de Dios!

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Callejón Croquer San Fernando

Sorprendido un gorrión,
Que llegaba de Damasco...

Decidió cruzarte en vuelo,
Más… Se detuvo a dos pasos.

Prendado por tu belleza,
Fue contando tus macetas,

De vuelo en vuelo, saltando,
Paso a paso, salto a salto

Admiraba tus lindezas…
Pasadizo de azoteas
Suelos, bien matizados.

Geranios y madreselvas...
Clavellinas, gitanillas...
Su paso van escoltando.

Recorrió setenta metros
De belleza en tonos blancos.

Hasta llegar a un letrero
Con tu nombre cincelado.

Quiso ya el pajarillo,
Quedarse a vivir, contigo.
No retornar a Damasco.


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©Mercedes Del Pilar Gil 

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El Virus que Viruseaba

Del virus me prevenía
Oculta, me camuflaba
El virus, me rastreaba.

Huía me protegía...
Y... El virus… Viruseaba.

Con fin de esquinarle
Sin pausa pastilleaba...

El virus, que persistía
Burlando a la equinacea.

Bífidus, infusiones,
Mejunjes en ensalada...
Y... El virus, me aguardaba.

Estando desprevenida
Di una vuelta en la cama...

El virus que subsistía
Se coló por mi garganta
Contento, como una rata...

Mi cuerpo se resistía
Y… El virus, Viruseaba...

Por el virus poseída
Dormía, me despertaba...
Y... Al baño me encaminaba.

El virus, me entretenía...
Mientras… Feliz… Por su casa...
Sin prisas... Viruseaba.


©Mercedes Del Pilar Gil 
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