Hallloween
Salí a la calle sin ánimo y un tanto desconcertada…
¿Me habría equivocado de día?
No sería raro en mí… Recuerdo el día
aquél en que me peiné de peluquería y me vestí de tiros largos para la boda de
Alejandra, y esperé a la puerta de la iglesia durante horas a que llegasen los
novios…
O aquella otra que en idénticas circunstancias
me equivoqué de iglesia, asistiendo a una ceremonia en la que a nadie conocía;
no me di cuenta hasta que salieron los recién casados por la puerta y… Salí yo
detrás sumergida en colosal bochorno, ya que en la reunión previa que suele
formarse ante la iglesia, me había presentado y saludado a todas aquellas
personas que me miraban, y yo miraba con extrañeza, pero que nadie, nada decía.
Había comenzado la noche y yo de
Halloween vestida, con dos trenzas largas y negras, que caían sobre dos cuellos
blancos, en un sábado de Halloween, de Miércoles vestida.
Decidí regresar a casa un tanto
decepcionada media hora después de mi frustrada salida, cuando le vi llegar… Un
momento inolvidable en que le descubrí en medio de la oscuridad desde lejos.
Se acercaba a mí con una trasnochada capa
que le caía desde los hombros en continuada búsqueda de su inalcanzable suelo,
penando por él contagiada en color por la inmensa negrura de la noche, y desventando
los sueños a merced de un obstinado y recalcitrante viento.
Éste, se afanaba por mostrarlo a mis
ojos a conciencia, dejando que la escasa luz de las más escasas farolas que permanecían
encendidas, se reflejasen en los rojos de los rasos internos para hacerles
brillar, y contribuir con un poco de color a la humildad de la noche.
El cuello alto de aquella amplia y
vistosa prenda, se pega a él como una segunda piel de bordes purpúreos, para hacer
juego con aquél insólito y solitario hilillo de sangre falsa que se adhiere a
las comisuras de una boca sonrosada y carnosa, que pronuncia para resaltar, el fulgor
de sus dientes brillantes y encaje perfecto con incipientes colmillos…
El color de la tez parece empolvado
en talco, y el pelo forzado hacia atrás estirado al máximo, e impregnado de brillante
gomina.
Su disfraz no tenía nada que ver con
el del clásico Drácula, pues apenas se había maquillado, sólo aquél hilillo
rojo sangrante; rubio de tez albina y ojos impregnados de luz, tan azules, como
la inmensidad del océano… Alto, delgado, de sonrisa franca y amplia. Mostrando
en su porte, un fino ademán de elegancia sumamente tierno…
No restregué los ojos porque el halo
circundante y negro que les había pintado, al igual que un borrón en un
cuaderno infantil antiguo se expandiría.
Conocía a ese hombre; sí, estoy segura…
Le había soñado en multitud de ocasiones; ya lo creo que le conocía. ¿Quién no
reconoce a su hombre ideal cuando de repente le ve en persona? Es que lo
contrario, sería una verdadera tontería.
Se me acercó…
¿Es que acaso había alguien en un
séptimo u octavo cielo leyendo mis pensamientos?
-“Hola, ¿Has venido a la fiesta?”
-Sí “Contesté titubeante”
No podía imaginar cómo mi ideal de
hombre y yo, nos habíamos equivocado de día, de fiesta o de lo que fuese que
nos equivocásemos, en un mismo momento de un mismo día…
-“¿Qué te parece si vamos juntos, o
esperamos a que vaya llegando la gente en esa cafetería?”
¡Os lo aseguro… todos los bares
cerrados, y únicamente abría sus puertas al público, una única cafetería!
Entramos, y estaba allí, toda la
gente metida…
¡Qué de Miércoles… Qué de Dráculas!… Qué
mogollón de caretas, qué de gritos y de risas, y él y yo, como almitas gemelas…
Él cargado de belleza masculina y yo que le miro embelesada como se mira lo
inalcanzable. Mi hombre ideal por fin, por una vez en mi vida, frente a mí.
Cogió mi mano, me levantó de la silla
en la que me había dejado caer como un fardo agotado libre de todo atisbo de
sensualidad…
Pasó su mano izquierda alrededor de
mi cintura, y con la mano derecha libre de estorbos, agarró mis mofletes,
frunció mis labios para acercarlos a los suyos…
Cerré los ojos… y muy cerca de mis oídos escuché mi nombre como susurrado advirtiéndome:
¡Cuidado con sus colmillos!...
¿Es que no sabes que el hombre ideal no existe?
Desperté de repente y... justo a
tiempo, ya que mi boca mostraba huellas de un intento de punción de aquella
cortante y atractiva dentadura.
Aunque… no pude dejar de pensar en
que: El peor de los sueños, es aquel que te pone la miel en los labios, y que
cuando te rindes a sus pies para saborearla, desaparece de repente.
Mercedes del Pilar Gil Sánchez
Un #relato de #AbuelaTeCuenta
©Mercedes del Pilar Gil Sánchez
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