La calidez de la tarde hacía mella en mi cuerpo.
Llevaba horas pintando y el sudor invadía mis calzones después de haber
inundado y traspasado la ropa interior que notaba en extremo pegada a mi cuerpo. Pensé que si continuaba de ese modo, desaparecería en un charco de líquido exudado por mis glándulas sudoríparas en extrema actividad. Mis reflejos, intactos al clarear la
mañana empezaban a flaquear por acumulo de cansancio. Comencé a notar como
primer aviso la pesadez de mis brazos, la turbieza en la mirada, y en el pulso
de mi mano que obligaba a la brocha cargada de pintura a realizar líneas
onduladas en vez de las impertérritas rectilíneas que sin esfuerzo alguno,
deslizaba sobre la pared esta misma mañana.
Sin cejar en mi esfuerzo, llegué al tramo final del
techado que cambiaba un tono parduzco y sucio por un nítido y pulcro blanco inmaculado
que parecía haber inundado de suave luz el cielo de un pasillo que va del cuarto
de baño a la entrada de la casa.
Respiré de sano alivio al pensar en el merecido
descanso que me esperaba…
Moví la escalera y entonces…
En un ínfimo instante… El recipiente que contenía la
pintura cayó desde más de un metro de altura.
Su contenido chocó junto al cubo contra el suelo y como
en una estampida descargada por un trueno la pintura rebotó hacia arriba en busca de
todas las direcciones posibles, deteniéndose acá y allá como una ruleta de suerte
extraña; como un pintor poseído por la locura que intentase pintar sobre fondo
oscuro un cuadro de insólitas flores blancas.
Paralicé de pánico y estrépito…
Dirigí hacia arriba mis ojos que el sudor inundaba, y
al poco, se confundieron con el sudor dos lágrimas…
Lúa mi pequeña perrita acudió a ver qué me pasaba.
No tuve voz para detenerla. Me miró sin comprender nada. Mojó de pintura sus
patas y pintó florecillas de huellas en el pasillo, el salón, la cocina, la
sala… Repitió, repitió varias veces, las flores que al principio esparcía
solitarias, poco a poco, con gusto de unión, en nutridos ramos se juntaban.
No conforme mi Luita con formar ramos de suelos,
subió al sofá y formó en él ramos con hojas y ramas.
No me quedaban ganas de limpiar, no podía… mi cuerpo
no respondía, y optó por no hacer nada.
Me puse la camiseta, me revolqué en la pintura, me convertí
en “nube blanca”
Huí, salí de la casa justo por una ventana, floté en
el horizonte y llené mi nube de dulce blanca agua.
©Copyright © 2017 AbuelaTeCuenta All rights reserved #AbuelaTeCuenta
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios son utiles e importantes
Gracias por tus palabras.