Un relato real, dedicado a mi sobrina Gema
Se me había caído encima el mundo entero.
Quizá después de hoy, la vida careciese de sentido para mí.
Mi niño, mi amor, mi razón para la vida,
presentaba unos síntomas desconocidos y de extrema gravedad, amaneció cansado,
falto de fuerzas, se había orinado encima y… pese a beber abundante agua,
presentaba muestras de deshidratación.
La premura del médico de urgencias en derivarme
a un especialista de urgencia, logró acentuar mi preocupación, aunque no tanto
como cuando llegué ante la presencia del citado especialista en endocrinología,
que tras un primer contacto supo ver enseguida qué le ocurría a Manuel.
Sus explicaciones sonaban en mis oídos como
verdaderos galimatías que me era imposible comprender.
No se me ocurrió otra cosa que encomendarme a
Dios y pedirle ser capaz de asimilar las instrucciones, descifrar sus
trabalenguas, poder comprender cómo atender a mi pequeño…
Entonces, apareciste con tu tranquilidad de
madre experta en hacer de lo especial cotidiano, de lo irregular regular, de
convertir el dolor en optimismo…
Lo supe en cuanto te vi, pese a ser tú una
madre en las mismas circunstancias que las mías… supe ver que… ¡Tú eras mi
regalo de Dios!
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