Pintando
aquellos extraños bisontes, en la tranquilidad de la cueva, percibí que el
peligro estaba aquí mismo, justo detrás de mí.
Un
enorme oso contemplaba expectante la escena resultante de mis trazos. Su
silueta era perceptible por su sombra
proyectada desde la entrada hasta mis dibujos, tapando el único haz de luz que
penetraba hacia el interior.
Mis
palos deshilachados debían seguir pintando surcos redondeados pero ahora sus
trazos formaban extraños picos.
No modifiqué
mi postura y la mezcla de polvos terrosos caía sobre mi cara. No me atrevía a
mover ni un párpado, cuando noté que el oso se acercaba hasta dar con su
aliento en mi coronilla. Su pestilencia removió mis vísceras. Haciendo un gran
esfuerzo de valor, miré hacia atrás y descubrí a Ug, mi esposa mostrándome su
nuevo modelito fabricado con la piel de un oso hallada en el fondo de la cueva.
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Me ha encantado. Lo del aliento pestilente me ha llegado al alma. Es que en esa época no había pasta de dientes. Muy buena idea, teniendo en cuenta la frase incial, que a mi personalmente me costó trabajo encajar. Un besillo.
ResponderEliminarNo lo he podido enviar María, pues lo escribí, se me olvidó y llegué tarde. Ya te he dicho que soy la persona más despistada del mundo y si no es por una cosa... es por otra. El caso es que no he participado aún. jajajaja. Esperaré a la próxima
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